JAPAN NO ES SOLO JAPÓN
Dejadme que os recuerde brevemente de qué hablamos al referirnos a poesía japonesa (en la sección de descargas de este blog podéis encontrar dos programas pasados consagrados a Japón y su poesía), a partir de las palabras de Tom Lowenstein en su introducción al libro. La más destacada manifestación de la poesía nipona, el haiku, es un poema breve pero muy intenso que contiene descripciones visuales completas de pequeños instantes en la vida de sus autores. En sus diecisiete sílabas originales en japonés, los haikus expresan mundos de profunda emoción y lucidez filosófica. Aparentemente sencillos, pero con una complejidad fascinante cuando se estudian con detenimiento, poseen un atractivo universal, como atestigua el número de idiomas a los que se han traducido. No obstante, conservan un característico sabor japonés, anclado en la historia y la cultura del país oriental. Y por ello, por la necesidad de conocer el entorno en el que nacen, en el libro del que hoy os hablo os vais a encontrar, de entrada, si os decidís a comprarlo, con una introducción sucinta pero sustanciosa, en la que se repasan los antecedentes clásicos del haiku desde el siglo IX, pasando por la época medieval, hasta llegar a su pleno desarrollo y apogeo, como os digo, en los siglos XVII, XVIII y XIX. De manera muy didáctica, muy ilustrativa y clara, en este capítulo preliminar se analizan también, para conocimiento de los no iniciados, las principales reglas del haiku, sus imágenes recurrentes, los contrastes de palabras, sus temas favoritos, la riqueza espiritual de las cosas modestas y sencillas, la belleza, el misterio y la elegancia de los objetos animados e inanimados, el halo filosófico que sobrevuela cualquier descripción, las sutiles evocaciones de la vida cotidiana, la mención a las estaciones, el optimismo primaveral sugerido en la presencia de los cerezos en flor y ciertas aves, el luminoso verano con sus flores y árboles, el otoño melancólico descrito a través de la luna llena, el viento y las hojas que caen, la nieve omnipresente en los versos invernales.
En un segundo capítulo, el libro presenta a los poetas recogidos en la antología, incluyendo para cada uno de ellos una breve biografía así como un escueto pero significativo análisis de los rasgos dominantes de su estilo. Como en la introducción, las afirmaciones del autor se sustentan siempre en multitud de ejemplos, en infinidad de bellísimos versos que trufan así la obra entera, haciendo de su lectura un placer extraordinario. Se trata de un libro que puede utilizarse al modo de un devocionario, si es que este término tiene aún algún sentido para vosotros: su formato reducido que casi cabe en una mano, la posibilidad de abrirlo por cualquier página encontrando en él motivos para el disfrute, la maravilla de las fotografías que lo surcan, lo convierten en una auténtica joya, en una delicia que deseamos que nos acompañe en nuestros paseos, que gustamos de llevar de viaje, que podemos leer en un café, en un banco del parque, en la tediosa espera en una estación o un aeropuerto, en los minutos de pausa entre obligadas exigencias profesionales.
El cuerpo central del libro, no obstante, se corresponde con la selección de poemas de los cuatro poetas antologados de los que he extraído una muestra representativa para integrar la parte literaria del programa. En el precioso volumen se recoge además un llamado interludio estacional, con haikus bellísimos y ya no debidos a los cuatro grandes maestros, relativos a las cuatro estaciones del año y agrupados por su temática.
No quiero cerrar mis comentarios al libro sin haceros una referencia a las magníficas fotografías que lo ilustran. John Cleare, fotógrafo especializado, al parecer, yo no lo conocía hasta ahora, en paisajes, en cumbres y riscos, en nieves y escaladas, presenta varias decenas de excelentes fotos que sirven como complemento y contrapunto de los haikus y permiten degustarlos con mayor deleite; es más, en mi opinión, cada una de las fotografías es en sí misma un poema, tal es la capacidad de su autor para captar la emoción de un instante. Garzas y estanques, flores y hojas, montañas, campos y ríos, la luna y los árboles, el mar y las aves, la nieve y los caminos, templos, puentes, pérgolas y casas de té aparecen, en un muy sugerente blanco y negro, entre los delicadísimos versos y el resultado, creedme, es emocionante y conmovedor.
Para acompañar musicalmente a los haikus y recrear su atmósfera sutil y elegante, intensa y evocadora, me he permitido un juego, algo forzado, pero que espero os resulte estimulante. Hay un grupo británico de finales de los setenta y comienzo de los años ochenta del pasado siglo, uno de mis grupos favoritos, que no sólo por su nombre, Japan, sino por un cierto clima oriental en sus composiciones (más notorio en unas piezas que en otras, en las que casi no resulta apreciable) se me ha impuesto, en cierto modo, inconscientemente, como la banda sonora perfecta para complementar la lectura de los haikus del libro citado. Japan me entusiasmó durante esos años, tengo todos sus vinilos, publicados, en lo que a la postre fue una carrera fugaz, entre 1978 y 1981. Lamento ahora, treinta años después, no haber podido asistir a uno de sus conciertos, una carencia que se dio también en el caso de los Talking Heads, otros de mis preferidos de la época. Su líder, David Sylvian, sigue aún muy activo musicalmente, publicando discos plagados de hallazgos y experimentación, de innovaciones y riesgos, creando bellísimos paisajes sonoros, colaborando con artistas varios, desarrollando su eclecticismo (el mismo que estaba ya en Japan, en cuya música es fácil encontrar huellas del glam arrebatado y excesivo de David Bowie y, a la vez, del íntimo recogimiento de Eric Satie) mientras se mantiene alejado del primer plano de la escena artística. Japan era -es- un grupo formidable, capaz de crear atmósferas algo evanescentes pero muy sugestivas. No obstante -aviso para navegantes-, quizá a alguno de vosotros os pueda parecer que su música, de la que la almibarada iconografía del grupo -tan admirada en los ambientes gays- es representativa y está demasiado anclada en aquellos años del glamour y el nuevo romanticismo, de la sofisticación y el exotismo artificiales. Y puede que, en efecto, sus canciones os parezcan ahora demasiado deudoras de una época ya acabada, que hayan perdido vigencia y no encajen con el tipo de propuestas sonoras que copan actualmente el universo musical. No me lo parece a mí y, muy al contrario, pienso que las diez piezas que podréis escuchar en la emisión, entresacadas de lo mejor de sus cinco discos, son espléndidas y se degustan con placer, permitiéndoos disfrutar -al menos eso espero- de una hora muy agradable de radio.
Japan protagoniza también, de un modo obvio, la oferta de vídeos de esta semana. Os dejo unos cuantos de algunas de sus canciones más representativas que han sonado en el programa. A la genial Nightporter, a mi juicio ya un clásico -aunque aquí no en su mejor versión-, le siguen Quiet life, The art of parties, Swing, Methods of dance y Gentlemen takes polaroid, que no tuvo cabida en la hora escasa de emisión. La calidad de imagen no es gran cosa, pues se trata de grabaciones de hace treinta años, pero permiten disfrutar de la música y apreciar en toda su extensión el peculiar universo del grupo.
Japan no es solo Japón