martes, 30 de abril de 2013


IÑAKI URIARTE. LOS MEJORES MOMENTOS DE MI VIDA LOS HE PASADO SOLO

Buscando leones en las nubes va a dedicar, en tres semanas consecutivas, otros tantos programas a Iñaki Uriarte, el inclasificable autor de unos diarios, cuyas dos primeras entregas, tituladas Diarios, 1999-2003 y Diarios, 2004-2007, han sido publicadas, en 2010 y 2011 respectivamente, por la riojana editorial Pepitas de Calabaza. En octubre pasado, y en mi otro espacio en Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, os ofrecí la reseña, mi particular comentario sobre la singular obra de este vasco (nacido sin embargo en Nueva York) genial. Aunque podéis localizarla en el blog del programa (todosloslibrosunlibro.blogspot.com) vuelvo a dejárosla aquí -tras esta breve presentación- para facilitar su lectura.
 
En la emisión de hoy podréis escuchar una primera serie de fragmentos extraídos de estos particularísimos diarios, en los que queda reflejada la muy especial personalidad de su autor. Entre ellos, magníficas piezas de jazz (o similar; en cualquier caso, con un “ambiente” jazzístico: introspectivas, nocturnas, emotivas), casi todas grandes clásicos, interpretadas por algunas estupendas cantantes, la mayor parte no demasiado conocidas pero excelentes: Laïka, Madeleine Peyroux, Sony Holland, Elena Welch, Jackie Ryan, Alexandra Jackson, Emmy Rossum, Mina (cuya melancólica versión del I’ve got you under my skin podéis apreciar en el vídeo que cierra esta entrada), Miranda Sage, Heather Masse, Kathryn Taubert, Sinne Eeg y Muriel Zoe.
 
 
 
Iñaki Uriarte. Diarios
 
Hola, buenos días. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones literarias de Radio Universidad de Salamanca. Esta semana quiero proponeros la lectura de un par de libritos, breves pero muy enjundiosos, que constituyen los dos primeros tomos de los diarios de Iñaki Uriarte, un vasco muy singular, de penetrante inteligencia, lúcido, sociable pero asocial, dotado de un profundo sentido del humor, divertidísimo, gran lector, furibundo crítico de los lugares comunes, irónico, una rara avis en el panorama literario, político, social de nuestro país, si es que él mismo, en su radical independencia, pudiera aceptar su presencia en algún tipo de clasificación. Tanto el primer tomo, Diarios, 1999-2003, como el segundo, Diarios, 2004-2007, han sido publicados recientemente, en 2010 y 2011 respectivamente, por la riojana editorial Pepitas de Calabaza. Os confieso que espero con auténtica impaciencia las nuevas entregas de estos excepcionales cuadernos de un personaje genial, capaz, en cada frase, de hacernos pensar, reír, aprender, preguntarnos por nuestra propia vida, filosofar, conocer, iluminarnos, sentir, crecer... logros todos absolutamente ajenos a los modestos propósitos del autor, cuya sencillez, cuya ausencia de pretensiones, cuya huída de planteamientos “nobles” o elevados, resultan ostensibles -como veremos- a lo largo de sus escritos.
 
Iñaki Uriarte nació en 1946 en Nueva York, a los nueve meses justos de que sus padres, vascos de toda la vida, nacionalistas notoriamente enfrentados a Franco, gente acaudalada y de orden, pasaran allí su luna de miel, en la que concibieron -ni más ni menos que en el Waldorf Astoria- a su retoño. Siendo muy niño los padres se trasladaron a San Sebastián e Iñaki, estudiante en Deusto y conservando la nacionalidad estadounidense -mantenida por huir de la mili, en un rasgo típico de la personalidad desapegada del autor-, acabó por instalarse en Bilbao en donde reside en la actualidad.
 
He estado en la cárcel, he hecho una huelga de hambre, he sufrido un divorcio, he asistido a un moribundo. Una vez fabriqué una bomba. Negocié con drogas. Me dejó una mujer, dejé a otra. Un día se incendió mi casa, me han robado, he padecido una inundación y una sequía, me he estrellado en un coche. Fui amigo de alguien que murió asesinado y fue enterrado por los asesinos en su propio jardín. También conocí a un hombre que mató a otro hombre, y a uno que se ahorcó. Todo esto me ha sucedido en una vida en general muy tranquila, pacífica, sin grandes sobresaltos. Así, sin especial énfasis, sin darse importancia -algo tan ajeno a la mayor parte de quienes se mueven en el mundo de la literatura, el arte o el pensamiento, siempre dispuestos a utilizar cualquier anécdota menor, banal, de sus anodinas vidas para construirse una personalidad literaria- describe su curiosa existencia nuestro invitado de hoy. Una vida “pacífica y sin sobresaltos” caracterizada por un principio inamovible: no trabajar. Al terminar la Universidad Uriarte proclama, rotundo: yo no me vuelvo a levantar a las ocho de la mañana en la vida, y decide no trabajar en aquello para lo que supuestamente estaba preparado, economista o abogado. He seguido -dice en otra ocasión- el lema de mayo del 68: "Ne travaillez jamais". Confiesa abiertamente encarar su vida con una cierta seguridad de rico: Yo siempre conté con que mis padres me proporcionarían comida, casa y algo de dinero en un caso de apuro. Me parecía que era su deber y no un capricho mío, y estar orgulloso de no haber perdido su tiempo en ocupaciones absurdas, tan indispensables para el resto de los mortales: A nada de lo que he hecho después de la única semana que trabajé en serio en mi vida para ganar dinero (de pinche de cocina en Londres: put the potatoes in the machine, era el sonsonete con el que le aturdía su jefe, hasta que al cortarse un dedo, a poco de ingresar en el trabajo, abandonó su puesto), le puedo llamar en serio trabajar. Algunas tardes en la Biblioteca del Carmen en Barcelona, ciertas noches en el servicio de documentación del periódico Pueblo de Madrid, ocasionales actividades de redactor de enciclopedias, no son consideradas propiamente laborales por nuestro lúcido perezoso. Nunca he tenido un salario, ni horarios, ni he estado en nómina. Nunca he sido un ciudadano de la sociedad política capitalista. Y eso ha tenido muchas ventajas y algunos inconvenientes. Vivo de la renta de un piso heredado, alguna ayuda de la familia y el trabajo de crítico literario en El Correo.
 
En consonancia con este propósito elemental pero inflexible, Uriarte vive en Bilbao, donde todo está a mano, en Toni Etxea, el edificio familiar de varias plantas, alguno de cuyos pisos arrienda, con su mujer, María, profesora de Instituto, casi igual a él (pienso que ya no tenemos opiniones individuales) aunque a la vez afortunada y a veces sorprendentemente diferente, y el adorado gato Borges (Dios hizo a los gatos para que los hombres puedan acariciar a los tigres) tan indiferente a los placeres del mundo como su dueño: No quiere ver a nadie salvo a nosotros -dice del muy sosegado animal-. Se parece a mí.
 
Diabético, adicto al tabaquismo y fiel a la Real Sociedad, hace suya la libertad del Quijote, a la que siempre aspiró y que en buena parte ha logrado: un poco de dinero, un pedazo de pan, una rentita que te libere de amos, jefes y demás pelmazos. Carente de sueños, de afanes, de ambiciones, de fines, de metas, Iñaki Uriarte se “limita” a vivir, se levanta cuando quiere, pasea, se encuentra con amigos, viaja de vez en cuando -de modo reiterado, en otro rasgo de rareza, a Benidorm, siendo inefables las páginas que dedica a glosar las ventajas de la en apariencia nada atractiva localidad mediterránea-, se ocupa en actividades elementales pero intensamente satisfactorias: Otro acto mínimo que casi no es un acto, de los que a mí me gustan: tomar el sol, o también: ¿Qué has hecho hoy? Fumar.
 
Por supuesto lee, claro, mucho y bien, lecturas enjundiosas y muy atractivas, ensayos biográficos y diarios, mejor que novelas. Se me acumulan los libros por leer como si fueran recados por hacer. Se me amontonan. Me abruman, dice. Pero incluso su “quietud existencial” -me gusta el tiempo lento, no presionado por ninguna urgencia, casi diría que al borde del aburrimiento- puede resistir la ansiedad, las exigencias, que a los devotos impone la pasión por la lectura. Así recuerda -y retiene como referencia aplicable a su vida- a su tía Mariángeles que, cuando se agobiaba, apuntaba con mucho cuidado en un papel una lista con todo lo que tenía que hacer... y luego la rompía. De referencias y citas varias de estas lecturas están llenas estas páginas, en las que nos encontramos, entre otros muchos, a Schopenhauer, Nietzsche, Séneca, Baudelaire, Borges, Proust, Kafka, Kant, Steiner, Tolstoi y, sobre todo, su admirado Montaigne, cuyos Ensayos -con los que estos Diarios guardan tantos paralelismos- son su permanente libro de cabecera. También, en otro plano, Sánchez Ferlosio, Muñoz Molina, Atxaga, Vila-Matas.
 
Y, obviamente, en esta vida de ocio (aunque no tanto; dice su sobrina María: el tío Iñaki no hace nada pero no tiene tiempo para nada), hay espacio para la escritura. Relativamente tarde, a partir de sus cincuenta y dos años de plácida existencia, empieza a tomar apuntes en un cuaderno y a pasarlos luego al ordenador. Sin someterse -en consonancia con sus relajados ideales de vida- a imposición alguna, y a razón de unos descansados diez folios por mes, comienza a recopilar pensamientos, comentarios sobre libros, breves relatos de encuentros con amigos y conocidos, glosas a acontecimientos de la realidad como declaraciones de políticos, noticias de prensa o pequeños incidentes de la vida cotidiana, retazos de memoria, anécdotas, intuiciones, fogonazos intelectuales, divagaciones, ironías, aforismos, disquisiciones varias sobre política, educación, viajes, conformando el resultado final el autorretrato emotivo y vivísimo de un tipo estrafalario, inteligente, difícil de tratar -como él mismo indica a propósito de Mi vida, escrito en 1576 por Girolamo Cardamo. Hay, además, más menciones explícitas a otros textos autobiográficos y diarísticos de índole similar a sus propios escritos, en los que se reconoce, y que os pueden permitir situar su propia producción literaria. Además del ya mencionado Montaigne, Uriarte cita el estudio que hace Foucault de los Hypomnemata, los cuadernos de escritura o anotaciones que se generalizaron durante la época de Platón, que constituían instrumentos para construir una relación permanente con uno mismo, y eran usados como libros para la vida, como guías de conducta, conteniendo citas, fragmentos de trabajo, ejemplos o acciones de las cuales uno había sido testigo o que había leído o escuchado en otra parte o que habían sido pensados por uno mismo. Textos que eran una memoria material de cosas leídas, escuchadas o pensadas, que se ofrecían como un tesoro acumulado para la relectura o futuras meditaciones, un resumen de tesis susceptibles de ser utilizadas para la constitución del yo. Todo ello es, sin duda y sin cambiar ni una coma, aplicable a estos Diarios.
 
El propio autor reflexiona constantemente sobre el sentido y el carácter de su escritura: Estos apuntes son como un juguete, como esos trenes eléctricos que algunos adultos instalan en una habitación entera. Me parecen páginas juveniles de alguien con una mente sin cuajar, desordenada, inmadura. De alguien del que me reiré con benevolencia en el futuro, cuando me haga mayor. E igualmente: No está claro por qué o para qué escribo estas páginas. Para calmar los nervios, para leerme más adelante, mañana mismo o dentro de diez años. Para que no sólo queden fotos mías sino también algo de lo que pensé. Para que persistan en una balda de Toni Etxea, por si a alguien le interesa en un día lejano echarles un vistazo. Para enseñárselas a algún amigo. Porque me entretiene mucho hacerlo. Porque es como un gran tren de juguete que me he montado en este cuarto, al que voy añadiendo piezas. Porque un día miré para atrás y vi que no me acordaba de nada y desde entonces decidí guardar algo, como quien acumula monedas en una hucha. Y también: escribo para intentar circunscribir un mundo que con la edad se me va haciendo cada vez mayor. Cada día tengo más la sensación de saber menos, de ver a menos gente y entenderla peor, de que todo es más grande, lejano e incomprensible.
 
Como se deduce de estas palabras, y de acuerdo con el propio temperamento del autor, no hay nada de sublime y sí mucho de normalidad, de sencillez, de ausencia de afectación y solemnidad en estos diarios escritos aspirando a lo que en el Renacimiento llamaban en italiano sprezzatura. Ese efecto de aparente desatención, ausencia de esfuerzo, escasa preocupación por las apariencias e incluso casi desdén al escribir. Una naturalidad algo desaliñada que en el fondo es el mayor artificio. Y así nos encontramos con unos textos redactados no ya como se escribe una carta a la familia, tal y como recomendaba Josep Pla, otro diarista eminente, citado por Uriarte, sino como si las cartas fueran un alarde de retórica. Como si hablara solo, apostilla el autor.
 
El pensamiento que aflora tras las anotaciones de estos Diarios es fragmentario, Uriarte huye de desarrollar las ideas, de crear sistemas, de formar un cuerpo teórico, como si tuviera miedo, impaciencia, pereza, incapacidad para la lentitud. No sé quién ha dicho que escribir es hablar sin ser interrumpido. Pero yo me interrumpo de continuo a mí mismo. Hablo a trompicones y escribo de la misma manera. Es, también, contradictorio: ser de una pieza, coherente, con personalidad propia... tonterías. A veces no soy como el que escribe estas páginas. Incluso me produce extrañeza su autor. Cita, consecuentemente, a Machado: Nunca estoy más cerca de pensar una cosa que cuando he escrito lo contrario. La libérrima existencia del personaje, sin el sometimiento a las rigideces del orden laboral, se traduce en un cierto caos en sus lecturas y, por tanto, en su escritura, que salta -sin ataduras- de un tema a otro sin estructura definida, sin hilo argumental nítido, más allá del acontecer de la propia vida. El desbarajuste en que leo es inmenso. Basta que me empeñe en leer o estudiar algo que me interesa, para que surja de inmediato otra cosa que también me interesa y me desvíe. Así soy, incapaz de acumular un capitalito cultural en algo en especial. Y en consecuencia: Si mi cabeza fuera una ciudad, no tendría ningún edificio que llegara más arriba del primero o segundo piso. Estaría llena de portales, escalinatas de acceso, montones de ladrillo y cemento seco, cascotes. Ni un amago de calle urbanizada, alguna tienda de campaña para pasar el rato, ni un sólo jardín decente, una planta por aquí o por allá, bastantes geranios, que resisten porque casi no necesitan riego. Sería como una ciudad bombardeada, pero eso sí, considerablemente extensa, lo que aumentaría la impresión de catástrofe.
 
Y desde esta libertad formal, desde esta ausencia de sistemática, huyendo de toda tentación de construir un pensamiento ordenado, Uriarte escribe también con absoluta libertad de fondo, sin casarse con nadie y contra todo. Pese a que su personalidad no es especialmente fogosa ni combativa -no me quejo mucho, desconfío poco de la gente, tengo fe en el progreso y tiendo a ver las cosas buenas antes que las malas-, y aunque se mueve, por lo tanto, en un tono tranquilo y relajado, no especialmente agresivo, en sus escritos hay meditados y muy serios y a la vez desternillantes aldabonazos contra el ejercicio físico, contra la exaltación de la voluntad (tener voluntad es estar haciendo todo el rato cosas que no te apetece hacer), contra los valores del esfuerzo y el sacrificio (ante la gente que repite el tópico de “a mí nadie me ha regalado nunca nada. Si estoy aquí es porque me he pasado la vida luchando y trabajando”, contesta: Pues yo estoy aquí y no he trabajado en la puta vida), contra los grandes propósitos (a veces al principio de un viaje me acomete un sentimiento de culpa por no estar haciendo algo para mejorar el mundo. Al segundo día de viaje se evapora), contra el feminismo (mientras no desaparezcan las joyerías habrá que mantener un poco en cuestión todo eso del feminismo), contra la muchedumbre insulsa (uno de los secretos del placer estético que produce la naturaleza es que no hay gente), contra la cultura banalizada (he estado en tantos museos donde lo más excitante que he visto ha sido el culo de alguna visitante...), contra el hecho de traer niños al mundo, contra los mayores (a partir de cierta edad la gente empieza a tener teorías para todo), contra el aceptado fanatismo partidista (no consiento que una discrepancia política rompa una relación personal), contra la imposición del euskera, contra cualquier nacionalismo (ni abertzale, que me suena a burro, ni constitucionalista, que me suena a catedrático. Tertium datur), contra España (una semana lejos de España es un reconstituyente de primera). Todo cuanto suene a solemne, a convención, a principio indiscutible, a, como he señalado, lugar común unánimemente aceptado, pasa por el filtro crítico de Uriarte, que de modo permanente hace gala -expresión incorrecta dado el caso, pues nada más alejado de las galas, de los oropeles, del narcisismo, del pavonearse, que estos libros, escritos como en sordina, en voz baja, muy tenuemente, como para pasar desapercibido- de una inteligencia lúcida y nada acomodaticia, muy independiente y atractiva, deslumbrante.

¿Cómo vivir?, ésa es la gran pregunta. Y está mal planteada. Es como preguntar: ¿existe una única buena manera de pasar la tarde? He aquí una muestra más, muy significativa, del tono -profundo, penetrante, irónico, inteligente- que impregna estos Diarios de Iñaki Uriarte que publica la editorial Pepitas de Calabaza. No deberíais dejar de leerlos, pues son formidables, una magnífica fuente de reflexión y placer, de intensidad y alegría, de lucidez y sentido del humor.



Los mejores momentos de mi vida los he pasado solo

martes, 23 de abril de 2013


LAS NOTAS QUE OMITES

La presente edición de Buscando leones en las nubes tiene un motivo central muy nítido y sin duda justificado. Como quizá sabéis, en noviembre de 2011, durante la Conferencia General de la UNESCO, la comunidad internacional proclamó el 30 de abril como el Día Internacional del Jazz. Esta jornada tiene como objetivo -subraya la UNESCO- sensibilizar al público general sobre las virtudes de la música jazz como herramienta educativa y como motor para la paz, la unidad, el diálogo y el refuerzo de la cooperación entre pueblos. En la misma declaración se señala que Gobiernos, organizaciones de la sociedad civil, instituciones educativas y ciudadanos particulares ya implicados en la promoción de la música jazz aprovecharán esta oportunidad para fomentar la idea de que no se trata tan sólo de un estilo de música, sino de que el jazz contribuye también a la construcción de sociedades más inclusivas.
 
Y aceptando, precisamente, esa invitación a promover la música de jazz en el mundo y ante la proximidad de la fecha señalada, Buscando leones en las nubes dedica íntegramente su emisión de esta semana al universo jazzístico.
 
Desde el punto de vista de los textos, os encontraréis con algunos fragmentos de Historias curiosas del jazz, un libro de Lawrence Lindt, periodista y escritor especializado en temas musicales. Con el subtítulo de Un recorrido por las anécdotas de la historia del Jazz, muy aclaratorio de su contenido, el libro recoge declaraciones de músicos, relatos más o menos interesantes sobre los orígenes y la evolución del género, sus principales estilos y sus referencias inexcusables, junto a episodios variados de la vida de los artistas, informaciones diversas en torno a grabaciones, discos y conciertos, sucesos, curiosidades y hasta chascarrillos presumiblemente simpáticos sobre los protagonistas principales de los más de cien años de la historia del jazz. En realidad, pese a la contrastada especialización de su autor y de las apreciables fuentes de las que se nutre y que menciona en no pocas ocasiones en el propio texto, la obra es excesivamente ligera y a mi juicio incluso insustancial, sin demasiado empaque y ninguna entidad. Una sucesión de anécdotas supuestamente curiosas, como se recoge en el título, pero que no van más allá del mero -y discutible- entretenimiento, no ilustran realmente ni permiten conocer de un modo suficiente lo esencial del sin embargo interesante fenómeno del jazz. Si a ello añadimos que la traducción y la edición son deplorables y plagadas de fallos y errores, -quizá por ello la editorial responsable, Robin Book, no da cuenta de quién ha perpetrado la versión española del original norteamericano-, el resultado es una obra absolutamente prescindible de la que, sin embargo, he entresacado una docena de fragmentos relativamente “dignos” que creo que pueden servir de acompañamiento no demasiado molesto para las magníficas piezas, todas clásicos, interpretadas por algunos de los más grandes nombres de la historia del jazz, protagonistas también, directa o indirectamente, del contenido de los textos: Duke Ellington con Coleman Hawkins, Charlie Parker, Benny Goodman con Lionel Hampton, Miles Davis, Thelonius Monk (autor de una esclarecedora definición del jazz de la que he entresacado el título de esta entrada: “el jazz no son las notas que tocas, son las que omites”), Billie Holiday, Oscar Peterson, Lester Young, Art Tatum, Phil Woods, Nat King Cole (que con su versión del nostálgico Autumn leaves aparece en nuestro vídeo final) y John Coltrane.




Las notas que omites

martes, 16 de abril de 2013


LA VIDA ES DEMASIADO CORTA

Esta semana no tenemos un motivo central aglutinador, no hay un hilo conductor que unifique las piezas musicales y los fragmentos escogidos para integrar la emisión. Se trata, pues, de uno de esos programas heterogéneos, con un carácter misceláneo, que tanto me gustan y que aparecen de vez en cuando en Buscando leones en las nubes. Textos, pues, de procedencias diversas, entresacados de mis lecturas y un poco tristes, escritos por Alice Munro, John Lanchester, Bernhard Schlink, Juan Antonio Masoliver, David Trueba, John Banville, Elizabeth Strout, Anne-Marie Garat, Sándor Márai, Philippe Claudel, Philip Roth, Marie NDiaye y Andrés Trapiello, entreverados en las deliciosas y envolventes melodías, casi todas con un toque jazzístico, intenso, nocturno, interpretadas por Carita Boronska, Ingrid St. Pierre, Simone White, Lisa Fuller, Karen Souza (cuya sensual versión de My foolish heart podéis degustar en el vídeo final), Stacey Kent, Chiara Pancaldi, Mina, Lisa Ekdhal, Cynthia Christy, Katie Melua, Marissa Nadler y Patti Austin.
 
Una vez completado el programa, puede verse -forzando quizá la interpretación- que pese a la aparente heterogeneidad de los textos, en definitiva sí que hay algo en común en todos los fragmentos emitidos. Son, en efecto, pensamientos recogidos al azar de obras y autores diversos pero que coinciden en que todos, de una manera u otra, hablan del tedio de la vida y, simultáneamente, del gozo y la plenitud que en tantas ocasiones podemos experimentar en ella, de las luces y sombras de una existencia que muy a menudo nos trae frustraciones y tristezas, fracaso y dolor, pero que, a la vez, vivimos ilusionados, y que por ello nos parece brevísima y no queremos abandonar. Así, en los textos de la emisión de esta semana afloran diversas manifestaciones de esa misma idea: la nostalgia del pasado perdido; el precio en tedio y monotonía que siempre acabamos pagando por una vida que, por cobardía o desidia, no vivimos con intensidad, una vida que postergamos, que dilapidamos; los placeres del sexo, el éxtasis amoroso -puro espíritu- que nos eleva de nuestra triste condición de primates; la posibilidad feliz de disfrutar con pasión los acontecimientos triviales del día a día y, también, el aburrimiento existencial, profundo e irremisible al que nos condena la falta de esa misma pasión; la deplorable experiencia del solitario, que vive sus días lamiéndose la heridas que le inflige la vida; la reflexión sobre el profundo sinsentido de nuestro estar en el mundo; la belleza, la ternura y el amor como únicos lenitivos ante el sufrimiento; el miedo que nos provoca el abandono, el paso del tiempo, la muerte; el recuerdo alegre y a la vez amargo de la infancia definitivamente irrecuperable; la dificultad de vivir en medio de tanta tristeza y tanto dolor.
 
Y en este sentido, recuerdo aquí aquel comentario, inteligente y esclarecedor, como de costumbre en él, de Woody Allen en la magnífica Annie Hall. ¿Conocen este chiste?, dice el propio Woody dirigiéndose al espectador en el monólogo con el que se inicia la película. Dos señoras de edad están en un hotel de alta montaña. Y dice una: “¡Vaya, aquí la comida es realmente terrible!”. Y contesta la otra: “¡Sí, y además las raciones son tan pequeñas…!”. Pues básicamente así es como me parece la vida, llena de soledad, histeria, sufrimiento, tristeza y sin embargo se acaba demasiado deprisa.
 
Y sí, definitivamente, pese al hastío y el pesar, pese a la angustia y el padecimiento, pese a las pérdidas y el olvido, pese al deterioro y la aflicción, pese a la amargura y los sinsabores, pese a la pena y la desolación, pese al fracaso y la frustración, pese a la congoja y el mal y el engaño y la soledad y la ruina y la devastación que tantas veces lleva consigo… la vida es demasiado corta.
 
La joie de vivre (La alegría de vivir), un cuadro de 1909 del inmenso Matisse, ilustra hoy, un tanto paradójicamente, la ambivalente tesis que os ofrece esta semana Buscando leones en las nubes, y cuya última causa quizá haya que buscarla en las convulsiones anímicas que la primavera lleva consigo.




La vida es demasiado corta

martes, 9 de abril de 2013


EL PERIÓDICO DEL DESAYUNO

Hoy volvemos con la tercera y última entrega de la serie que hemos venido dedicando a la estación primaveral a partir de los textos recogidos en El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, el más que interesante libro de Philippe Delern que publicó Tusquets hace casi quince años. En los fragmentos entresacados de la estimulante obra del francés aparecen esos tantas veces inapreciables gestos, actos, momentos cotidianos que, sin embargo, quizá revelan en su aparente nimiedad, lo esencial de la existencia, esos motivos para el disfrute de la vida que, sobre todo en primavera, nos invitan a aprovechar nuestro fugaz paso por la tierra. Sumergirse en los caleidoscopios, Enterarse de una noticia en el coche, El periódico del desayuno, Una novela de Agatha Christie, Llamar desde una cabina, Las bolas de cristal, El bibliobús, Mojarse las alpargatas y La bicicleta son los sugestivos títulos de los textos que os ofrezco esta semana.
 
Y esta visión modestamente hedonista del vivir, que la primavera realza, ha tenido históricamente su lugar natural en los países de la cuenca del Mediterráneo, en los que la alegría de la vida, el lento degustar de una ensalada, de un pescado fresquísimo, de una helada copa de vino, de una resplandeciente pieza de fruta, de la suave caricia del mar, de la dulzura cálida del sol, de los placeres de la conversación, de los encantos del amor, constituyen el sentido último de nuestro estar en el mundo. Es por ello que el programa se complementa con cerca de una decena de canciones que, por esta vez, escapan al habitual dominio del panorama musical anglosajón -siempre preponderante en Buscando leones en las nubes- para centrarse, con algunas excepciones, en el ámbito de las riberas del Mare Nostrum: canciones interpretadas en español, en catalán, en italiano, en francés y en el portugués de nuestros vecinos lusos y de sus muy próximos hermanos brasileños (ambos “metafóricamente” mediterráneos), por Jacqueline Taieb, Franco Battiato con el grupo MAB, Eugenia Melo e Castro, Silvio Rodríguez, Mônica Salmaso, Diego Vasallo, María del Mar Bonet, Paula Morelembaum y Manu Chao.
 
Os dejo también, para complementar este optimista acercamiento a la primavera, un artículo de Manuel Vicent en el que el autor valenciano -defensor por excelencia en sus escritos del estilo de vida mediterráneo- propone una sugestiva lista de motivos para disfrutar de la existencia. Con el título de Para huir se publicó el 24 de mayo de 1994 en el diario El País.
 
La primavera, entendida como arrebato floral, como desbordante expansión de la naturaleza, como éxtasis de los sentidos representado en plantas, verduras y hortalizas, hojas, corolas y pétalos, aparece en el cuadro del mismo título de Arcimboldo, uno de mis pintores favoritos, que acompaña a esta entrada.
 
 
Para huir
 
Éstas son algunas cosas que me gustan: un potaje de legumbres que me recuerde la infancia, releer algún fragmento de los Principios metafísicos de Spinoza en el sillón de orejas tomando un oporto, jugar al póquer con mis amigos en las tardes del sábado, ver cómo se besan los adolescentes entre los capós de los coches bajo el clamor de las ambulancias y las sirenas de la policía, pensar en el mar y en su perfume de algas cuando quedo atrapado en un atasco de la ciudad, imaginar que no es la CNN la que crea el mundo cada mañana, sino el canto del mirlo que suena en la acacia. También me gusta el arroz al horno, El Príncipe de Maquiavelo, la voz de Ray Charles, el Retrato de un cardenal desconocido pintado por Rafael, el pasodoble Paquito el Chocolatero que toca una orquestina de verano en cualquier verbena valenciana, las odas de Horacio, los mercados de frutas y verduras, el contacto de la piel con la tela de algodón, las primeras brevas de San Juan, los cuentos de Allan Poe, el pimiento asado sobre el que resbala el aceite de oliva. Me gusta Ella Fitzgerald y Duke Ellington, las melodías de Irving Berlin y Cole Porter, y las canciones de Nat King Cole, la sobrasada de Mallorca y algunos versos de Safo, La Metamorfosis de Ovidio, los zapatos Timberland para caminar y el prólogo al Persiles de Cervantes, el olor a tinta del periódico que se confunde con el aroma del café en el desayuno y algunos proverbios de Ramon Llull. Me gusta perder el tiempo hablando con los amigos, apartar el pie para no pisar una hormiga, no asistir a ningún cóctel, presentación, conferencia ni mesa redonda, andar por la ciudad con las manos en los bolsillos contemplando los rostros anónimos de la gente mientras imagino la etimología de ciertas palabras. Me gusta visitar una exposición de pintura en algún museo el domingo por la mañana, y también pasar la yema de los dedos por los cantos de un incunable. Me gustan los erizos de mar en enero y el Autorretrato de Durero en cualquier época del año.




El periódico del desayuno

martes, 2 de abril de 2013


CASI PODRÍAMOS COMER FUERA

La emisión de esta semana de Buscando leones en las nubes es la segunda sucesiva que os proponemos con temática primaveral.
 
Y es que, aprovechando la reciente entrada de la estación florida, hemos querido preparar tres programas dedicados a los placeres de la existencia, esos que están presentes de continuo en nuestra vida pero que quizá sólo la exaltación de la primavera (una primavera por ahora lluviosa, desapacible y alejada de sus manifestaciones más esperadas) nos permite apreciar en su inequívoca -pese a su apariencia minúscula- grandeza.De manera que, al igual que hace siete días, he entresacado algunos reveladores y muy apasionados fragmentos del altamente recomendable libro El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, escrito por Philippe Delern y publicado por Tusquets, que recoge más de treinta gratos motivos para saborear los encantos de nuestra -tan a menudo y por tantos desgraciados motivos- complicada existencia. Casi podríamos comer fuera, Ir a coger moras, La autopista de noche, En un viejo tren, El Tour de Francia, Invitado por sorpresa, Leer en la playa, Los domingos por la noche, El jersey de otoño y El cine, son los títulos de los textos que aparecen en la presente edición.
 
Entre ellos, canciones estupendas, también con la primavera como centro -real o metafórico-, interpretadas por algunos grandes nombres del universo de la música popular de tradición anglófona: Tom Waits, Morcheeba, Dual Control con Loretta y Danny Ward, Luka Bloom, K.D. Lang, The Montgolfier Brothers, Sophie Zelmani, Tracy Chapman, Tori Amos y Phil Collins.
 
Primavera es también el título del espléndido cuadro, de 1928, de la magnífica Tamara de Lempicka con el que ilustramos la entrada de esta semana.


Casi podríamos comer fuera