No sé cuánta gente oirá mi programa. A veces sospecho que no está oyéndolo nadie, lo que se dice nadie: cero personas en total, y eso me produce una sensación de afantasmamiento: la voz inútil que suena en la noche vacía. Y entonces me siento como un turista belga que tocase el acordeón o similar en mitad del desierto de Nafud o similar. (Felipe Benítez Reyes)
martes, 28 de septiembre de 2010
CIUDAD DEL HOMBRE: NEW YORK
Con el programa de esta semana cerramos la serie dedicada a Nueva York en este septiembre de 2010, nueve años después de los terribles atentados que han sido nuestra excusa para el más que merecido homenaje a la gran urbe norteamericana. Volverá a haber programas neoyorquinos en Buscando leones en las nubes, pero llegarán dentro de unos meses, quizá espere incluso al décimo aniversario de ese infausto once de septiembre.
En la emisión del pasado lunes el núcleo central del programa recayó en Ciudad del nombre: New York (y no Nueva York, como de modo absurdo me obstiné en repetir en antena), el espléndido libro de poemas de José María Fonollosa. Entre sus versos sonaron canciones de U2, Téléphone, Sting, The Pogues con Kristy McCall, REM, Morcheeba, Marianne Faithfull, Bright Eyes, Manhattan Transfer, Prefab Sprout y Rufus Wainwright.
Yo leí Ciudad del nombre: New York, en su edición primera, de mayo de 1990 (poco más de un año después moriría su autor), en la editorial Sirmio, cuya portada preside esta entrada. Hay una edición más actual (la otra es ya inencontrable) en Acantilado que conserva, aunque no he podido consultarla, el esclarecedor y algo vanidoso prólogo de Pere Gimferrer que abría la primera. Como la agudeza, y en definitiva, la autoridad literaria de Gimferrer no admiten discusión, transcribo aquí para vosotros esas palabras preliminares en la convicción de que os harán más atractiva (más aun que la escucha del programa) la genial obra de Fonollosa:
Tenía yo quince o dieciséis años cuando un libro titulado Ciudad del hombre: New York, cuyo autor, residente en La Habana era José María Fonollosa, concurrió sin éxito al premio Ciudad de Barcelona. Formaba parte del jurado el poeta escolapio Ramón Castelltort (1915-1965), uno de mis primeros guías en el mundo de la poesía, de quien tuve la suerte -compartida, entre otros, con Francisco Rico- de ser alumno y amigo. Gracias a él, leí, con el de Fonollosa, los más sobresalientes originales presentados al premio; hechas las salvedades que su condición sacerdotal le imponía, el padre Castelltort pensaba como yo que el libro de Fonollosa era el que de ellos denotaba una más singular personalidad de escritor. Que en las votaciones no tuviera éxito no debe sorprendernos; otros libros valiosos a su modo, incluso de autores conocidos -así, por aquellos años, Toco la tierra de Ángela Figuera Aymerich o Voces y acompañamientos para San Mateo de José María Valverde-, también habían concurrido al premio Ciudad de Barcelona sin obtenerlo. Me quedó, con todo, una vivísima impresión del texto de Fonollosa. Pocos años más tarde, una carta al director (a propósito de la situación política en la Cuba de Castro) publicada en la prensa barcelonesa me reveló indirectamente las señas del escritor, que había regresado ya a su Barcelona natal, y no resistí el impulso de escribirle para contarle la historia anterior. Pero tardé mucho en conocerle; hace sólo un par de años, llegó a mi poder un original, titulado Ciudad del hombre, bajo el que no tardé en descubrir un nuevo avatar del libro que había cautivado mi adolescencia. Era mucho más largo y se había convertido en una obra ambientada en Barcelona; pero pronto el autor, ante mi opinión y la de Jaume Vallcorbá, optó por repristinarlo a Nueva York, lo cual no requería más expediente que el cambio de títulos (del libro y de cada poema), sin modificación alguna en los textos mismos, y bastaba para ello con atenerse al plano de Nueva York que Fonollosa había guardado cuidadosamente durante todos aquellos años. Ya con el título definitivo de Ciudad del hombre: New York, lo que tiene entre manos el lector es una selección básica -llevada a cabo fundamentalmente por Fonollosa, con alguna aportación mía- del más extenso original.
Nos hallamos, pues, ante una obra cuyo primer estadio de redacción se remonta a mediados de los años 50 y en la que el autor ha trabajado hasta ahora mismo; una obra, por otra parte, que en forma extraña me ha acompañado en distintos momentos de mi vida; una obra de nada fácil clasificación de un autor casi totalmente desconocido. ¿Quién es José María Fonollosa y en qué consiste Ciudad del hombre: New York? José María Fonollosa, nacido en Barcelona en 1922, y que sólo había publicado algún texto fugaz antes de trasladarse a Cuba, es a un tiempo poeta y narrador; sitúa su obra, y así debemos leerla y valorarla, en la línea fronteriza entre poesía y narración, ahormada en el soporte endecasilábico blanco que, ya desde Jovellanos, sirve en castellano para la expresión que quiere ser, o poder ser, alternativamente relato, pensamiento y poesía. Si como poeta en Fonollosa pensamos, fácil es ver el parentesco de algunas de sus preocupaciones con las de otros poetas de su generación; afinidades casuales, pero no por ello menos significativas, le hermanan, por un lado, con ciertas zonas de Gabriel Ferrater, y, por otro, con determinados aspectos -los menos visibles, pero no los menos sustantivos- del Blas de Otero de Ancia. Pero, aunque a su tiempo no sea ajeno, y muy características de su tiempo se revelen su visión de Nueva York o su pasión por el jazz, Fonollosa es autor solitario y su proyecto resulta enteramente singular e insólito.
Ciudad del hombre: New York es un libro coral. En cierto modo su espíritu es whitmaniano; como Whitman, el poeta es aquí “un cosmos” y es “hijo de Manhattan”. Los textos pueden leerse o bien como fragmentos de un diario íntimo—que contendría además, a retazos, una autobiografía fragmentaria, en parte real y en parte ficticia al parecer—o bien como breves monólogos autónomos de múltiples personajes distintos, cada uno con su propia vida, cada uno con su propia opción moral. Cierto que algunas de estas vidas o morales se emparentan, mas otras se contraponen violentamente; las más, al cabo, se complementan. Lo característico, lo distintivo de los textos es, en suma, esta huidiza ambigüedad. Quien habla es un solo hombre y muchos hombres a la vez; quien habla es el poeta y sus voces, esos a modo de heterónimos sin nombre ni rostro, definidos sólo por su ubicación en Nueva York: heterónimos epónimos. La dicción es siempre de una sequedad esquinada y lacerante; con frecuencia diríase estilización del laconismo desgarrado del mundo pop, a modo de versiones lunáticas de letras de blues, tangos o boleros. La sequedad aparente del endecasílabo respira holgadamente en una muy sentenciosa y flexible variedad de matices y de entonaciones; a lo lapidario, la rotundidad punzante y diamantina el dicho definitivo, se acomoda de forma admirable esta voz a primera vista discursiva y prosística, que toca, empero, la nervadura del ser en lo cósmico.
Ciudad del hombre: New York tiene tres temas fundamentales: la vida urbana, la sexualidad y el crimen. Fonollosa tuvo, en su etapa de formación barcelonesa y en su etapa cubana, las lecturas -poéticas y de otra índole- que cabía esperar de quien desea ser escritor. Desde hace bastantes años, empero, sólo tiene dos lecturas habituales: las obras completas de Sade y el rotativo barcelonés La Vanguardia. Nada hay en ello de anécdota menor, de detalle curioso pero gratuito. Por el contrario, esta monográfica pasión lectora es del todo coherente con las preocupaciones del escritor. En La Vanguardia encuentra Fonollosa, como antaño en sus recorridos por Nueva York, un espejo, ahora microscópico, de la vida urbana; en Sade, además de un primer atisbo del espacio urbano como espacio mítico de violencia y terror que explorará luego Baudelaire, halla la sistemática cala en el ámbito de la transgresión y en el sexo como experiencia de conocimiento. En esta óptica, como es sabido, también el delito pertenece a la zona de la relación entre el yo y el mundo visible; la agresión es aquí metáfora de la sed de conocimiento, y diríase que, ante la imposibilidad de romper el cerco o armazón del yo, de rebasar el coso o coto de la individuación, se recurre a la violencia -imprecatoria, mas postulada como real- a modo de exorcismo o simulacro vano: ya que no nos es dado ser otro que quien somos no conocer de verdad al ser ajeno, la vulneración hace las veces de espejismo de la fusión con otro ser, y con el ser universal; con el no-yo, si se quiere. Así, la disgregación coral de esta empresa, única en las letras hispánicas de hoy, que es Ciudad del hombre: New York halla su razón de ser, no sólo en la expansión de la lengua coloquial hacia el territorio del arquetipo y de lo visionario, sino también en el asedio al núcleo último de la propia identidad que es razón y clave de la más reveladora escritura contemporánea.
Como os supongo un poco hartos de los paseos neoyorquinos de las semanas precedentes, para nutrir hoy la sección de vídeos he querido traeros algo distinto: canciones de un músico controvertido, que a lo largo de su provocadora carrera ha tenido un espacio para interpretar canciones sobre poemas de José María Fonollosa. El muy singular cantante, y todo un personaje, Albert Plá publicó en 1995 un disco, Supone Fonollosa, musicando poemas del barcelonés, extraídos de Ciudad del hombre: New York y de Ciudad del Hombre: Barcelona, un posterior poemario del escritor. Un año después, y dirigido por David Trueba, se editó un DVD que registraba una actuación de Albert Plá en el teatro Alfil de Madrid, en la que interpretó bastantes de las canciones de aquel disco. Os dejo aquí ahora cinco muestras de ese concierto, las tres primeras, Como una nube, Mujer mala y No quise hacerle daño, son poemas de Fonollosa; las dos últimas son Añoro, una creación personal de Plá, y El lado más bestia de la vida, esa estupenda versión del clásico de Lou Reed que no hace mucho sonó en nuestro programa y que casa muy bien con el espíritu, la atmósfera, el tono y las preocupaciones de Ciudad del hombre: New York.
Languideciendo en el lecho del dolor (el diluvio universal de hace unas fechas y mi propia torpeza propiciaron una caída en la que me destrocé una de mis rótulas), sumergido en un mar de hielo y antiinflamatorios, lamentándome por la consiguiente pérdida del concierto de Eels (con las entradas compradas), rogando al cielo que mi sufriente pierna no me impida ver mañana a Peter Gabriel, carezco de la energía suficiente como para explayarme en una entrada de blog demasiado extensa. No es tampoco José Hierro, el protagonista del Buscando leones en las nubes de esta semana (lo es en tanto autor de Cuaderno de Nueva York, su estupendo libro, una obra mayor), un poeta que provoque en mí entusiasmos; no los suficientes, al menos, como para conseguir que haga abstracción de mi rodilla maltrecha y me lance a una glosa interminable de la obra en tanto testamento literario de su autor o cualquier otra disquisición más o menos sesuda condenada de antemano a convertirse en carne de wikipedia. De manera que al grano, que la pierna duele.
Es por ello que tan sólo os diré que en la tercera emisión de la serie que en este septiembre hemos dedicado a la recreación literaria y musical de la ciudad de Nueva York, esta semana es el citado Cuaderno de Nueva York de José Hierro el elemento central de la vertiente literaria del programa. Sus poemas, extensos y emotivos, profundos y muchas veces conmovedores, suenan entre las canciones de temática neoyorquina de Don Henley, Patty Scialfa, Tori Amos, Fun Lovin’ Criminals, Blossom Dearie, Craig Amstrong, Chicago y Art Garfunkel.
Y en el apartado de los vídeos, instalados en la confortable distancia de nuestro sillón (hoy, al menos para mí, no tan confortable), seguimos ejerciendo de turistas. La semana pasada nuestro destino fue el Nueva York de Españoles en el mundo, hoy lo será el Manhattan de Callejeros viajeros. A este paso (aunque, dadas las circunstancias, mejor no hablar de pasos) acabará contratándome la Oficina de Turismo neoyorquina. Aunque, ahora que lo pienso, con tanta insistencia en los recorridos más previsibles quizá ocurra al contrario, que acabéis por aborrecer Nueva York y entonces sus autoridades no me dejen pisar (ejem... ¿no había un verbo mejor?) la ciudad nunca más.
La segunda entrega dedicada a Nueva York en este septiembre de Buscando leones en las nubes está consagrada a Poeta en Nueva York, una de las obras cumbres de la poesía de Federico García Lorca. Escrito entre 1929 y 1930 durante su estancia en la Columbia University, Poeta en Nueva York describe de un modo bellísimo, cargado de imágenes portentosas que parecen tomadas del inconsciente, del mundo de los sueños, la desbordante urbe americana. Una poesía que no necesariamente debe entenderse y sí degustarse, un torbellino, un aluvión de palabras, de hermosísimas palabras que proporcionan una visión alucinada y surreal, como mostrada en un espejo deformante y monstruoso, de la vida de todo el siglo XX a través del espejo alegórico de una, en cierto modo, aterradora Nueva York. Una Nueva York alienada e irreal, abigarrada, atroz, onírica, brutal, en la que hay iguanas mordedoras, cocodrilos increíbles, hormigas furiosas, caballos que viven en las tabernas, sangre, mariposas disecadas, serpientes, camellos de piel erizada, calaveras de paloma, dentaduras de oso, cementerios, vómitos de húsares y de gatos, llagas amargas, mujeres gordas, dalias muertas, miradas de alcohol, canes amenazantes, pájaros cubiertos de ceniza, sangre, filósofos devorados por los chinos, orugas, niños idiotas, golondrinas con muletas, quemaduras, dientes, volcanes, cieno, aguas podridas, enjambres de monedas, niños abandonados, más sangre, lenguas de cobra, un millón de vacas, cuatro millones de patos, cinco millones de cerdos, rosas, borracheras de aceite, sangre, ríos de sangre, trenes de sangre, niños clavados con alfileres, insectos de antenas oxidadas, manzanas heridas, tiburones, gusanos, carbón machacado, elefantes heridos, ataúdes, lamentos, hombres desnudos, gritos, llantos, carnes desgarradas, cadáveres de gaviotas, sesos estrellados, melones de dinamita, excrementos, criaturas en carne viva, árboles asesinados, enjambres de corolas, barcos encallados, muerte, y de nuevo sangre, y más sangre, sapos aplastados, saliva, fachadas de orín, sepulcros, alambradas, manadas de bisontes, niños locos, maricas, domadores, ratas grises... en lo que constituye una desmesurada sucesión de símbolos terroríficos, una atosigante representación de la animalidad que subyace a nuestra aparentemente civilizada existencia, un grito estremecedor que nace, trágico e irracional, de las cloacas de la gran urbe enloquecida, una dramática y angustiosa metáfora de la desquiciada deriva de las sociedades modernas.
Y este deslumbrante y excesivo festín del lenguaje, esta salvaje y desgarrada representación de la ambigüedad del alma humana en nuestros días, he querido complementarla con la versión musical más dulce de la metrópoli americana. De manera que entre los oscuros y aterrados versos de Lorca suenan deliciosas y sosegadas piezas de jazz, con Nueva York como centro, interpretadas por Frank Sinatra, Billie Holiday, Nat King Cole, Lee Wiley, Plas Johnson, Illinois Jacquet, Maxine Sullivan, George Williams, Peggy Lee y Neal Hefti.
Para la sección de vídeos, y aunque hay en internet mucho material directamente relacionado con Poeta en Nueva York que podéis consultar por vuestra cuenta, si estáis interesados, he preferido seguir con la línea discreta y convencionalmente ‘turística’ iniciada hace siete días, ofreciéndoos íntegro un programa de Españoles en el mundo dedicado a Nueva York.
Empieza un curso más de Buscando leones en las nubes. Comienza una nueva temporada, la duodécima (la tercera con este blog activo), y desde aquí os doy mi más agradecida bienvenida. Espero que sigáis manifestando la misma atención e idéntica fidelidad que las mostradas hasta ahora.
En las ediciones de este mes de septiembre, y en tanto dura la provisionalidad en la emisora, hasta el comienzo general de la programación regular, lo cual tendrá lugar, probablemente, a principios de octubre, vamos a recuperar una serie de cuatro programas especiales, cuatro monográficos, que dedicamos, hace algunas temporadas y con ocasión de los ataques a las Torres Gemelas, de los que estos días se cumplen nueve años, a la ciudad de Nueva York. Se trata de programas que tenían, que tienen, en tanto los he reelaborado ahora para su nueva emisión, a Nueva York como protagonista principal en las dos dimensiones, la musical y la literaria, habituales en Buscando leones en las nubes.
En la edición de esta noche el hilo argumental -en los textos- lo constituye la lectura íntegra de un artículo de Antonio Muñoz Molina que con el título de Paseo por la ciudad fantasma se publicó en el diario El País al día siguiente de los atentados. El artículo, junto con otros textos de parecidos estilo e intención, se incluyó después, en 2004, en el libro Ventanas de Manhattan, publicado por la editorial Seix Barral. Se trata de un libro magnífico, que aunque no es una novedad literaria sí tiene, en cambio, en estos días de septiembre, una especial vigencia y puede ser leído hoy desde una perspectiva muy actual. Ventanas de Manhattan, teniendo como protagonista principal a la ciudad de Nueva York y no estrictamente al ataque terrorista que destruyó las Torres Gemelas en el World Trade Center, sí se centra, sin embargo, en una parte importante de su desarrollo, en los efectos que produjo en el propio Antonio Muñoz Molina, pero sobre todo en la ciudad y en el mundo en general, el brutal atentado, por lo que hoy, cuando estamos recordando el noveno aniversario de aquel infausto 11 de septiembre, su lectura puede resultar, como os digo, especialmente interesante y significativa.
Ventanas de Manhattan es un híbrido, una mezcla de novela, reportaje periodístico, documento sociológico, libro de viajes, diario, y hasta, si se me apura, ensayo histórico. Antonio Muñoz Molina, trasmutado en personaje, nos describe la ciudad, se pasea por ella, por sus gigantescos edificios, nos muestra sus iconos emblemáticos, nos descubre, con su habitual prosa evocadora y envolvente, sus rincones más desconocidos, también los más comunes y frecuentados por los turistas, nos presenta a sus gentes, nos acerca sus tesoros culturales y artísticos, nos contagia su atmósfera, nos enseña su paisaje geográfico, pero también el sentimental, el emotivo, el espiritual, nos hace partícipes de su ritmo, de su música…
Leyendo el libro nos encontramos, como digo, con el Nueva York archisabido, el que forma parte ya de la memoria colectiva de las gentes, el de las películas y la publicidad y las series televisivas, el gran mito del siglo XX: los hormigueantes taxis amarillos, las escaleras de incendios, las nubes de vapor que ascienden de los abismos del metropolitano, los policías arquetípicos, la diversidad racial y cultural, la profusión de rascacielos, el puente de Brooklyn, la estatua de la Libertad, el Central Park, Broadway y Brooklyn, Harlem y el Bronx, los grandes museos. Pero Muñoz Molina nos pone en contacto también con otro Nueva York, quizá más real, o al menos tanto como el consabido: gentes anónimas que deambulan por la ciudad, pequeños jardines recoletos, mercadillos, bazares, puestos callejeros, calles secundarias de barrios oscuros, la cotidianidad más prosaica del ciudadano medio.
Pero en realidad Ventanas de Manhattan no habla sólo de estos dos Nueva York, el tópico de las postales y el realista de la vida diaria de sus habitantes, pues hay muchos Nueva York, y todos aparecen en las páginas del libro: el de la cultura, la arquitectura, las obras de arte y los museos; el de la literatura, las referencias de novelas y escritores que se han ocupado de la ciudad; el de los inmigrantes de mil y una nacionalidades; el nostálgico de sus amigos españoles, el actor Javier Cámara, los escultores Manolo Valdés o Francisco Leiro, el científico Valentí Fuster…; el de la música, los clubes de jazz, las salas de concierto, los teatros que albergan lo mejor de la música clásica, los músicos callejeros; y claro, como podrá percibirse en el programa, también el Nueva York del 11 de septiembre, del cual es Muñoz Molina testigo privilegiado, y a cuyo impacto en la ciudad dedica algunas excelentes páginas.
Del mismo modo, la música del programa tiene también a Nueva York como centro, como núcleo principal. Se trata de canciones en las que la gran metrópoli, sus gentes, sus calles, sus símbolos, sus miserias y sus glorias, la soledad y el bullicio, las decepciones, los fracasos, el entusiasmo de sus habitantes son los protagonistas. Concretamente, en la emisión de anoche, han sonado Laura Nyro, Simon y Garfunkel, Ralph McTell, Bob Dylan, Chris de Burgh, Bruce Springsteen, Jim Croce, Jon Mark con Johnny Almond, Cristopher Cross y Billy Joel, clásicos absolutos todos ellos, que recrean la ciudad en la que viven, la ciudad en la que sueñan, también un Nueva York inventado, un Nueva York imaginado, evocado, soñado.
Para la sección de vídeos he elegido esta vez imágenes de Nueva York en lugar de música sobre la ciudad. Se trata de una serie de cuatro vídeos aparentemente institucionales, aunque desconozco su origen y su autoría últimos. En cualquier caso incluye imágenes espectaculares, de una gran calidad, de los principales enclaves de la inmensamente atractiva capital del mundo.
Buscando leones en las nubes es el blog de un programa de radio, del mismo nombre, que se emite en Radio Universidad de Salamanca los lunes de 10 a 11 de la noche. Una descripción pormenorizada de la emisión la encontraréis en la primera entrada de este blog, del 25 de septiembre de 2008 (se puede acceder a ella desde la imagen inferior -el cartel de Buscando leones en las nubes-, en este mismo panel lateral).
En las diferentes entradas del blog se ofrece la posibilidad de escuchar íntegramente, sobre la misma página, el programa correspondiente (en el player adjunto).
Además, es posible descargar esas mismas emisiones en formato mp3 desde este panel lateral, dentro de la sección denominada Programas (descargas) y, tras ella, en la que lleva por título Más programas para descargar. 'Pinchando' sobre el nombre del programa se accede a una pantalla, en la columna izquierda de la cual, debajo de Play/Download, aparecen unas cifras (64kbps, habitualmente) ola expresión Whole directory. Un click de ratón sobre las cifras o el texto permite la descarga automática del programa.
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"La felicidad era como aquellas nubes que cambiaban de apariencia a cada instante. Brillaban doradas, o se teñían de gris, sin permanecer más que un momento en el mismo estado. Las horas más radiantes pasan así de largo veloces, como un capricho o como una broma." Kyoichi Katayama
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