TOM WAITS. LA ELEGÍA DEL VOLCÁN
¿Cuántos músicos pueden ofrecer un repertorio en el que haya, al menos, cuarenta canciones de tal entidad que constantemente se hagan versiones de ellas y todos los grandes nombres (y también los menos destacados) del universo musical las interpreten y las recreen una y otra vez? Muy pocos: los Beatles, Bob Dylan, quizá los Rolling Stones, puede que Bowie o Van Morrison, sin duda Leonard Cohen, algunos escasos elegidos más… y Tom Waits. Con el programa de esta semana suman cuarenta y tres (en realidad cuarenta y dos, Downtown train ha sonado dos veces, la última para dar cabida a una versión española, como más abajo os contaré) las diferentes piezas del genial artista californiano (escritas, casi todas, en colaboración con Kathleen Brennan, su mujer) que han visto la luz en las cuatro emisiones de la serie que hoy finaliza y que en Buscando leones en las nubes hemos dedicado a su inmensa figura con ocasión de su sexagésimo cumpleaños. Veronica Mortensen, los catalanes de la J. Teixi Band (junto con Los Hermanos Dalton, de los que conozco también una interpretación de Downtown train, y Bunbury, al que le he escuchado Broken bycicles, son, que yo sepa, las únicas muestras de la acogida de la obra de Tom Waits en los cancioneros de músicos de nuestro país), James Taylor, Alex Chilton, Marianne Faithfull, Nancy Griffith, Jack Ingram y Valerie Carter nos ofrecen sus estupendas versiones (muy distintas en estilos, del jazz al country, del rock de garaje al blues) en este programa postrero. Un programa que, como es natural, no podía terminar sin escuchar una vez más la voz, la genuina, la inclasificable, la destrozada y la, sin embargo, intensa voz de Tom Waits (hace casi treinta años, en un juego recurrente, yo ponía en mi casa sus primeros vinilos a amigos y conocidos, que no sabían de la existencia del músico, y siempre, sin excepciones, todos imaginaban que tras esa voz rota se escondía un cantante negro, de mucha edad -tirando a viejo-, presumiblemente orondo y seguro que envuelto en sudor. La sorpresa, cuando tras la escucha les mostraba las carátulas y descubrían a un joven -en esos primeros discos no llegaba a los treinta años- que era además blanco y escuálido y esquivo y desharrapado, era mayúscula). De modo que he encadenado algunas canciones escogidas de entre diversas actuaciones en directo para despedir la emisión y la serie. Esta opción, la de escuchar a Waits en sus conciertos, resulta muy oportuna, además, porque estos días se presenta el disco Glitter and doom, grabado en vivo, y que recoge algunos momentos significativos de su última gira mundial en 2008.
Y es precisamente esta gira de 2008, que lo trajo a España, la que está presente detrás del texto que acompaña las canciones del californiano. He leído en el programa, entre las versiones de sus piezas, un artículo magnífico de Carlos Boyero publicado en El País el 11 de julio de 2008 con el título de La elegía del volcán. El texto, apasionado y sincero, emotivo y conmovedor, refleja los sentimientos de su autor ante la tardía llegada de Tom Waits a España en unos conciertos a los que el crítico no podría asistir por encontrarse enfrascado en sus habituales quehaceres profesionales, esos que, como de costumbre, lo llevan a distintos festivales cinematográficos por todo el mundo. Carlos Boyero, con el que comparto adscripción generacional, además de bastantes opiniones y no pocos puntos de vista, recrea en su breve artículo, a la manera de una escueta crónica de esa generación común, la pequeña historia musical de todos aquellos que, nacidos en torno a los cincuenta y sesenta del siglo pasado, hemos amado la música desde muy jóvenes y hemos encontrado en ella, en el rock, en el pop, en la música progresiva, en los cantautores, una forma de mostrar nuestra diferencia, de manifestar nuestra identidad rebelde, de expresar nuestra sensibilidad, ahogada por los estrechos límites de aquellos oscuros años del tardofranquismo. Los referentes de Carlos Boyero en ese terreno que mezcla música y experiencia vital (los primeros conciertos de los Rolling Stones, la llegada de Bob Dylan a España, las decenas de bandas escuchadas en el Rock-Ola, y tantos otros, entre ellos la versión más intensa y menos estrambótica del propio Tom Waits) son los mismos que los míos. Las sinceras palabras de su crónica rezuman verdad, algo de nostalgia, mucha experiencia auténtica, mucha vida vivida, gozada, disfrutada con intensidad, también algo de sufrimiento y dolor. Constituyen, en cualquier caso, además de, como digo, una muy fiel crónica generacional, un inmejorable homenaje a nuestro admirado Tom Waits (una admiración sin fanatismos, sin adhesiones ciegas, con las tristes cautelas, con la prudente distancia que desgraciadamente -quizá- pone la edad).
Tom Waits. La elegía del volcán