martes, 29 de enero de 2013
LLEVO TU CORAZÓN CONMIGO
Esta semana Buscando leones en las nubes retoma su faceta más romántica con una emisión dedicada al amor. Y siendo el sentimiento amoroso el motivo central, el tema vertebrador de este nuestro más reciente programa, el acercamiento a tal conmovedor asunto lo hacemos, desde el lado literario, con una serie de poemas de autores extranjeros (la semana que viene nos ocuparemos de los españoles) que tienen en el amor su motivo principal. El amor presentado en formas y bajo enfoques distintos: el amor apasionado, el amor feliz, la rutina y la melancolía del amor, el amor fatal, el amor logrado, el amor y sus pesares, los amores encontrados, la fragilidad del amor, el amor frustrado, el amor poderoso, el amor ridículo, el amor ardiente, el amor sosegado… Jacques Prévert, Cesare Pavese, Märta Tikkanen, Henrik Nordbrandt, Ted Hughes, Irving Layton, Edward Estlin Cummings, Anne Sexton, Elizabeth Barret Browning y de nuevo Jacques Prévert, con el que he querido abrir y cerrar también nuestro programa con dos poemas preciosos, son los autores de los versos leídos.
Y engarzadas entre los poemas, recreando un ambiente, una atmósfera propicia para el amor, unas cuantas canciones preciosas, como siempre nacidas de territorios musicales diversos pero coincidentes en su extraordinaria calidad. Sus intérpretes han sido Rod Stewart, Sophie Zelmani, Adriana Maciel, Anouar Brahem, Beth Orton, Amos Lee, Maria Taylor, Damien Rice con Lisa Hannigan (cuyo intensa, bellísima y muy tierna 9 crimes suena también en el vídeo que cierra estos comentarios), Joe Cocker y Mel Waldron con Jeanne Lee.
El cuadro -genial- que ilustra esta entrada (y que no recuerdo ahora si ya os he ofrecido en alguna otra ocasión) es The birthday, pintado por Marc Chagall en 1915. En él asistimos a una de sus clásicas escenas de amor, con los amantes volando ensimismados, desafiando -eso es el amor- las leyes de la gravedad, besándose felices, ajenos al tiempo y al espacio. Las flores, los pañuelos coloridos, el pastel de cumpleaños, la mesa roja y el tapete, las ventanas abiertas al mundo, el vuelo ligero, el mágico encantamiento del abrazo de quienes se aman, la atmósfera de alegría, de felicidad incontenible... todo en el cuadro remite a la dulzura del amor, a las delicias del amor, a la maravilla del amor.
Como complemento a la emisión, mucho más amor, un amor entrañable, conmovedor, hermosísimo, en un fragmento que rezuma ternura, sensibilidad y emoción, extraído de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.
Pero fue por uno de esos juegos triviales que los primeros treinta años de vida en común estuvieron a punto de acabarse porque un día cualquiera no hubo jabón en el baño.
Empezó con la simplicidad de la rutina. El doctor Juvenal Urbino había regresado al dormitorio, en los tiempos en que todavía se bañaba sin ayuda, y empezó a vestirse sin encender la luz. Ella estaba como siempre a esa hora en su tibio estado fetal, los ojos cerrados, la respiración tenue, y ese brazo de danza sagrada sobre la cabeza. Pero estaba a medio sueño, como siempre, y él lo sabía. Al cabo de un largo rumor de almidones de lino en la oscuridad, el doctor Urbino habló consigo mismo: -Hace como una semana que me estoy bañando sin jabón -dijo.
Entonces ella acabó de despertar, recordó, y se revolvió de rabia contra el mundo, porque en efecto había olvidado reponer el jabón en el baño. Había notado la falta tres días antes, cuando ya estaba bajo de la regadera y pensó reponerlo después, pero después lo olvidó hasta el día siguiente. Al tercer día le había ocurrido lo mismo. En realidad no había transcurrido una semana, como él decía para agravarle la culpa, pero si tres días imperdonables, y la furia de verse sorprendida en falta acabó de sacarla de quicio. Como siempre, se defendió atacando.
-Pues yo me he bañado todos estos días -gritó fuera de sí- y siempre ha habido jabón.
Aunque él conocía de sobra sus métodos de guerra, esa vez no pudo soportarlos. Se fue a vivir con cualquier pretexto profesional en los cuartos de internos del Hospital de la Misericordia, y sólo aparecía en la casa para cambiarse de ropa al atardecer antes de las consultas a domicilio. Ella se iba para la cocina cuando lo oía llegar, fingiendo hacer cualquier cosa, y allí permanecía hasta sentir en la calle los pasos de los caballos del coche. Cada vez que trataron de resolver la discordia en los tres meses siguientes, lo único que lograron fue atizarla. Él no estaba dispuesto a volver mientras ella no admitiera que no había jabón en el baño, y ella no estaba dispuesta a recibirlo mientras él no reconociera haber mentido a conciencia para atormentarla.
El incidente, por supuesto, les dio oportunidad de evocar otros, muchos otros pleitos minúsculos de otros tantos amaneceres turbios. Unos resentimientos resolvieron los otros, reabrieron cicatrices antiguas, las volvieron heridas nuevas, y ambos se asustaron con la comprobación desoladora de que en tantos años de lidia conyugal no habían hecho mucho más que pastorear rencores. Él llegó a proponer que se sometieran juntos a una confesión abierta, con el señor arzobispo si era preciso, para que fuera Dios quien decidiera como árbitro final si había o no había jabón en la jabonera del baño. Entonces ella, que tan buenos estribos tenía, los perdió con un grito histórico:
-¡A la mierda el señor arzobispo!
El improperio estremeció los cimientos de la ciudad, dio origen a consejas que no fue fácil desmentir, y quedó incorporado al habla popular con aires de zarzuela: “¡A la mierda el señor arzobispo!”. Consciente de que había rebasado la línea, ella se anticipó a la reacción que esperaba del esposo, y lo amenazó con mudarse sola a la antigua casa de su padre, que todavía era suya, aunque estaba alquilada para oficinas públicas. No era una bravata: quería irse de veras, sin importarle el escándalo social, y el marido se dio cuenta a tiempo. Él no tuvo valor para desafiar sus prejuicios: cedió. No en el sentido de admitir que había jabón en el baño, pues habría sido un agravio a la verdad, sino en el de seguir viviendo en la misma casa, pero en cuartos separados, y sin dirigirse la palabra. Así comían, sorteando la situación con tanta destreza que se mandaban recados con los hijos de un lado al otro de la mesa, sin que estos se dieran cuenta de que no se hablaban.
Como en el estudio no había baño, la fórmula resolvió el conflicto de los ruidos matinales, porque él entraba a bañarse después de haber preparado la clase, y tomaba precauciones reales para no despertar a la esposa. Muchas veces coincidían y se turnaban para cepillarse los dientes antes de ir a dormir. Al cabo de cuatro meses, él se acostó a leer en la cama matrimonial mientras ella salía del baño, como ocurría a menudo, y se quedó dormido. Ella se acostó a su lado con bastante descuido para que se levantara y se fuera. Él despertó a medias, en efecto, pero en vez de levantarse apagó la veladora y se acomodó en su almohada. Ella lo sacudió por el hombro para recordarle que debía irse al estudio, pero él se sentía tan bien en la cama de plumas de los bisabuelos, que prefirió capitular.
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Llevo tu corazón conmigo. Marc Chagall
martes, 22 de enero de 2013
SOÑAR ES BAILAR
La última emisión de la serie de tres que Buscando leones en las nubes dedica a Ramón Gómez de la Serna con la excusa del cumplimiento en estos días del cincuentenario de su muerte incluye catorce sugerentes greguerías del inteligente escritor madrileño acompañadas de otras tantas piezas musicales, recogidas y elegantes, deliciosamente introspectivas, un punto tristes pero muy bellas y seductoras, interpretadas por Night bird, Sophie Hunger, la guapísima Andrea Corr (cuyo Some things last a long time aparece en la sección de vídeos), Matthew Barber, Laura Marling, Paul Simon, Alison Krauss, Roberta Sá, Dayna Kurtz, Iron & Wine, Sarah Menescal, Fionn Regan, Mia Martini y Beck.
Como complemento al programa, os dejo un capítulo sobre las greguerías de un libro clásico de Francisco Umbral -un gran especialista en la obra ramoniana-: Ramón y las vanguardias, publicado en 1978 en la colección Austral de Espasa-Calpe.
ANIMISMO Y GREGUERÍA
He ahí la profunda docencia del payaso, el hombre que hace ver a los niños que las sillas están vivas y no lo están, que con lo que el tropieza no es con su silla, sino con su propia imaginación. Como el hombre durante toda la vida.
Según la psiquiatría infantil, el niño, hasta los cinco años, funciona mediante el pensamiento mágico. Para él, la piedra se cae porque está cansada y la pelota se esconde por propia voluntad debajo del armario. El niño es animista. El niño ve las cosas como animadas, dotadas de ánima y de ánimo. En el circo, el niño aprende quizá que no, que las sillas no dan patadas a los payasos, sino que es el payaso -el hombre- el que se enreda siempre en su propia fantasía.
Es posible que los niños salgan del circo sin saber ya nunca si las sillas se mueven o no. Es una duda que la humanidad no ha resuelto. A las sillas, al mundo, los mueve nuestra fantasía. ¿No es el tiempo una fantasía de la humanidad? Pero a ver con qué fantasías se explica la fantasía. Ramón Gómez de la Serna funciona, como los niños y como los primitivos, mediante el pensamiento mágico y el animismo. Ha decidido de entrada, como tenemos dicho, que las sillas se mueven, que todas las cosas viven por sí solas, por sí mismas.
La greguería es un animismo; confiere ánima a las cosas. Ramón entre las cosas del Rastro
Pero Ramón sabe, como el payaso, que si la silla le da patadas es porque él ha hecho vivir a la silla. Hace como que lo sabe o hace como que no lo sabe, según el caso, y de ahí la raíz humorística, circense, payasística, de toda su obra. Ramón humorista. ¿Dónde esta el humorismo de Ramón, aparte su enfrentamiento plácido a la vida? En el equívoco permanente en que ha decidido vivir, no aclarándonos nunca si realmente cree o no cree que las cosas viven, como él las hace vivir en cada greguería.
Ramón define la greguería como poesía más humor, y la definición es un tanto insuficiente, como toda teorización Ramoniana. Lo que hace Ramón, en cada greguería, es darle una patada cariñosa a las cosas -a la cosa de que se trate-, y persuadirnos de que la cosa le ha dado la patada a él. Es el suyo un animismo irónico, naturalmente, de hombre moderno, posbaudeleriano. La greguería, que es lo que ha popularizado a Ramón, no es lo que a mí más me gusta de su escritura, porque la greguería, en su aislamiento, en su brevedad, corre el peligro de mecanización, de funcionar por resorte, que es lo que de hecho le ocurre muchas veces. Más importante es la greguería general, diluida o encadenada, que supone todo un libro de Ramón, cualquiera de sus libros. La greguería informa y nutre su estilo, su poética, pero la greguería aislada puede dar en muchas ocasiones esa sensación de resorte automático que llega a hacerla fatigante. No se pueden leer muchas greguerías seguidas como no se pueden leer veinte sonetos de golpe. El automatismo del género, que en principio deslumbra, en seguida fatiga. Pero la greguería, en todo caso, es el núcleo, el átomo del estilo Ramoniano, y por eso no tenemos mas remedio ni mas gozo -que es mucho- que estudiar la poética de Ramón en la greguería, a partir de ella y solo en ella, pues que, por otra parte, y como ya hemos dejado escrito, Ramón, mediante la greguería, destruye el discurso literario.
Ramón, que escribió Los medios seres, es un caso limite de medio ser literario, de escritor exclusivamente plástico, de pensamiento figurativo, absolutamente negado para otro tipo de pensamiento moral o abstracto, como se ve en sus frecuentes e indigentes teorizaciones. Esta limitación es su grandeza, es lo que le hace un raro, un ser aparte, un escritor impar. En nadie se ha dado tan radicalmente la mutilación de una mitad del pensamiento. Ramón, cuando la vida le obliga a pensar como veremos en sus Diarios últimos, cae inevitablemente en el conservadurismo y la reacción religiosa y social, no por ninguna clase de oportunismo -le fue mal con todos-, sino porque la indigencia de su pensamiento abstracto se acoge sin remedio a los grandes y pequeños tópicos de la derecha. Es un primitivo obligado a pensar el mundo moderno, y naturalmente se equivoca y no lo entiende, incurriendo en un anticomunismo ingenuo, por ejemplo, y otros males peores, como su antiexistencialismo sencillamente ignorante. Medio ser absoluto, pues, que solo se mueve mediante imágenes, esta es su pureza y su grandeza.
Quiso descubrir el Museo de noche, a la luz de un farol, y esto, aunque tiene un precedente en cierta exposición surrealista que había que visitar con linterna, nos revela la dirección del pensamiento Ramoniano, que no va a teorizar y hacerse una idea general del Museo, sino a fragmentarle en iluminaciones instantáneas, en greguerías visuales.
Las greguerías, con ser infinitas, pueden clasificarse en unos cuantos apartados: greguerías de la intuición, greguerías de la observación, greguerías del ingenio. Ya hemos visto, como principio general, que a todas las informa el animismo, un animismo irónico que no nos deja saber definitivamente si las cosas tienen anima o no la tienen.
El mejor Ramón esta, naturalmente, en las greguerías de la intuición, aunque el más celebrado sea el de las greguerías del ingenio, que suelen ser las más visuales y mecánicas. He aquí una greguería del ingenio: “Qué ágil un esqueleto si cogiese una bicicleta por su cuenta.” Ramón, con su fabulosa e incesante capacidad de asociación plástica, ha establecido la equivalencia entre el esquematismo del esqueleto y el de la bicicleta, ha visto lo que el esqueleto tiene de bicicleta interior del hombre, lo que el hombre tiene de bicicleta -aquí el humor-, y a la inversa ha visto que la bicicleta es esquelética.
Ramón cuenta una vez que si le obligasen a establecer equivalencias entre un reloj y una regadera, en seguida diría que por la regadera salen los minutos del agua. Es el viejo juego de lo uno en lo otro, tan practicado por los surrealistas. Otra greguería del ingenio que emparenta la pequeñez y frecuencia de los minutos con las gotas de agua, con la lluvia de la regadera. Veamos una greguería costumbrista: “Las almas de los sablistas muertos flotan en la Puerta del Sol.” Esta es una buena greguería de la intuición, tocada de costumbrismo madrileño. A principios del siglo, los sablistas, los que vivían de pedir dinero a los demás, estaban todos en la Puerta del Sol, que es donde podía uno encontrarse a todo el mundo. Por esa fijeza del sablista en su lugar de trabajo -o de presa-, Ramón deduce poéticamente que el alma del sablista, cuando el sablista muere, se queda flotando en dicha plaza. Por otra parte, la greguería alude claramente a lo que el sablista, aun de vivo, tiene de alma en pena, de alma errante. Los que flotan por la Puerta del Sol, ya como almas, espiritualizados por la escasez y el hambre, son los sablistas vivos.
Esta greguería, que nace de una poderosa intuición, es también greguería de la observación, en lo que comporta de costumbrismo trascendido, poetizado, como ya hemos escrito anteriormente que Ramón trasciende siempre el costumbrismo. Otra greguería: “La araña es la zurcidora del aire.” El plasticismo de Ramón, la subconsciencia en él de la vida cotidiana -la zurcidora- y la intuición poética que supone zurcir el aire -el aire como tejido-, dan toda su riqueza a esta greguería. Vemos, pues, que intuición, observación e ingenio se conglomeran con frecuencia en una sola greguería. La greguería no es solo poesía más humor, como él simplificaba. La araña convertida en zurcidora es ya una araña con ánima, humanizada. El greguerismo y el Ramonismo son siempre un animismo, el animismo de un primitivo posbaudeleriano, paradójico, y por lo tanto irónico. Ramón toca cada cosa en una greguería y la deja moviéndose. Nunca sabremos si la cosa tiene vida o no, si la silla le da pataditas o se las da él a la silla, al mundo. Nunca nos lo dirá. Es humorista hasta las últimas consecuencias.
Soñar es bailar
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martes, 15 de enero de 2013
SI VAIS A LA FELICIDAD LLEVAD SOMBRILLA
Buscando leones en las nubes os ofrece esta semana la segunda emisión de la serie de tres que a lo largo de este primer mes de 2013 dedicamos a Ramón Gómez de la Serna, con ocasión de los cincuenta años de su fallecimiento en Buenos Aires, el 12 de enero de 1963. La parte literaria del programa está protagonizada, como ocurrió hace siete días, por las muy inteligentes y poéticas greguerías de Ramón. Esta semana son trece las perlas casi aforísticas que os ofrezco, repletas de metáforas imposibles, de asociaciones surrealistas, de contrastes evocadores, de poderosísimas y perturbadoras y esclarecidas imágenes, de revelaciones deslumbrantes. Entre ellas, otras tantas piezas musicales que con su tono íntimo, con su deliciosa delicadeza, con su atmósfera de levedad e introspección constituyen un excelente fondo sonoro para el disfrute de la profunda y penetrante lucidez de las invenciones de Gómez de la Serna. April Hall, Bob Dylan, Paola Turci, Carol Saboya, Lizz Wright, Cristina Lliso (cuya Hola amor es tan preciosa que no me resisto a ofrecérosla en vídeo, aunque la calidad de la grabación es pésima), Tok Tok Tok, John Bergeron, Birdy, Marissa Nadler, Ballaké Sissoko, Povo con Trine Lise Vaering, Luísa Sobral y Joan as police woman son los inspirados intérpretes de las canciones emitidas.
Como complemento a esta entrada os ofrezco el prólogo de un interesante libro que ha visto la luz en los últimos días de 2012 y que tiene por centro a Ramón Gómez de la Serna. Se trata de Flor de todo lo que queda, una muy particular selección de greguerías llevada a cabo por Isabel Castaño y Raúl Vacas. Con magníficas ilustraciones de Pablo Amargo, en el libro se presentan, agrupadas con un orden alfabético, centenares de greguerías del autor madrileño. Sin embargo, respetando esta lógica inicial (A de animales, B de beso, C de cama, D de duelo... y así sucesivamente, son los títulos de los capítulos, que se cierran con Z de zapatos), dentro de cada apartado, y a partir de la correspondiente categoría temática, los antólogos escogen aforismos unidos entre sí de un modo sutil, engarzados por tenues hilos poéticos, de modo que cada capítulo puede leerse como una historia, como una breve ficción casi novelesca. Flor de todo lo que queda ha sido publicado, en una edición dirigida a un público infantil, por la editorial Edelvives.
El prólogo de un libro es todo aquello que se ve por el ojo de la cerradura de sus páginas. Si miras en el interior del que ahora tienes en tus manos encontrarás, al otro lado, a Ramón Gómez de la Serna. A su derecha hay una muñeca de cera, su inseparable compañera en las fotos de los periódicos. Acabas de adentrarte en su torreón situado en Madrid, en la calle Velázquez, hoy Hotel Wellington. Allí Ramón despachaba sus asuntos de madrugada y repartía sus manuscritos por la mesa y los atriles para atender a varias tareas a la vez. Hasta ocho libros llegó a escribir al tiempo sobre una mesa especial que mandó construir. Era tal su capacidad de trabajo, siempre hasta altas horas de la noche, que en sus tarjetas de visita recomendaba que le llamaran a partir de las tres de la tarde.
Ramón era un tipo singular. Había días en que pronunciaba una conferencia sobre la cursilería al tiempo que rompía cosas cursis con un martillo; o se disfrazaba de torero para darle un pase de pecho al toro o a la muerte, o provocaba un fallo eléctrico para dar la conferencia a la luz de una vela que luego se comía pues estaba hecha de confitura. El caso era explorarlo y tocarlo todo, como el niño que descubre el mundo. Esa curiosidad le llevó a escribir un centenar de libros.
A Ramón le gustaba recorrer las calles de Madrid: unas veces, en moto con sidecar; otras, en tranvía -donde leía a Oliverio Girondo-; y la mayoría de las ocasiones, a pie. Le gustaba, sobre todo, pasear por el rastro, al que dedicó uno de sus libros más conocidos. Pero además de Madrid también recorrió muchas veces las calles de París y de Lisboa.
Ramón creció y floreció en un ambiente dominado por las vanguardias, ese gran rastro de propuestas y miradas nuevas no siempre al alcance de quienes vivían apegados a la realidad. Sus colaboraciones en prensa destilaban esa fiebre vanguardista.
Y claro, puestos a inventar, también él inventó sus propios ismos: archipenquismo, negrismo, estantifermismo. Aunque ya tenía uno, en el que le habían inscrito por unanimidad sus compañeros, el “ramonismo”, por su peculiar estilo y su forma de abordar lo pintoresco y lo esencial.
Ramón cultivó todos los géneros -salvo la poesía-, y renovó la metáfora y la imagen poética de la estética literaria española. Las noches de los sábados las pasaba en el Café Pombo, conocido por su leche merengada y su sorbete de arroz, donde montaba su barricada literaria. Allí se presentaba con su traje y su pajarita y fumaba en pipa mientras los contertulios con tarjeta de invitados se repartían los turnos de palabra. La mesa donde se reunían en la “Sagrada Cripta del Pombo” hoy forma parte de la colección del Museo Nacional del Romanticismo de Madrid.
Pero si hay algo por lo que todo el mundo lo conoce es por las greguerías, o criailleries o schiamazzi. Decía Jorge Guillén que en cuanto Ramón abría la boca se le caía una. La greguería es para Ramón “la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento”. Así lo explica en el prólogo de Total de greguerías, donde señala que no le importa que las llamen “literatura en obleas”.
El diccionario nos ofrece otra curiosa acepción de la palabra greguería: “el griterío de los cerditos cuando van detrás de su mamá”.
Ramón las iba apuntando con tinta roja en un bloc de vendedor de comercio. Las greguerías, o “gregues” como las llamaba en la intimidad, “debe defenderse en conjunto -por eso deben ser muchas-, que sean panorama, no minusculería”, dice Ramón.
Al inicio de la Guerra Civil, Luisa Sofovich -a quien había conocido en Buenos Aires y se convertiría en su mujer- busca la manera de sacar a Ramón de España. Viajan a Buenos Aires donde el escritor se exilió voluntariamente durante trece años. Los inicios allí no fueron fáciles, a pesar de la buena acogida que habían tenido sus obras y sus artículos en La Nación. Le ayudó mucho el escritor Oliverio Girondo. Ramón regresó varias veces a España, pero un día decidió quedarse definitivamente en Buenos Aires. A comienzos de 1963, tras varios años con la salud debilitada, muere de cáncer. Luisita, su mujer, lo trae a España para enterrarlo en Madrid a ritmo de chotis, como dijera Francisco Umbral, y allí aguarda hasta la resurrección de las letras o del Café Pombo. Años antes, en 1927, algunos diarios habían anunciado su muerte -por error de las agencias informativas- y todo aquel que llamó a su casa para darle el pésame se encontró por sorpresa con su voz.
En homenaje a Ramón hemos abierto de par en par sus libros para domesticar y agrupar en estas páginas toda clase de greguerías, a modo de inventario o de alfabeto. Las hemos pescado, una a una, al vuelo, y las hemos puesto en agua para ir retirando las que se quedaban en la superficie. Nuestra intención ha sido ir al fondo y no solo agrupar por temas las greguerías seleccionadas, sino hilvanarlas para tejer una escena o una secuencia con cada una de ellas.
Pasen y lean.
martes, 8 de enero de 2013
COMO DABA BESOS LENTOS DURABAN MÁS SUS AMORES
Bienvenidos a un nuevo programa de Buscando leones en las nubes con el que inauguramos un año más, el decimocuarto, de nuestras emisiones. La primera vez que Buscando leones en nubes salió al aire fue en el curso 1999/2000. Desde el sótano del edificio FES, sede inicial de Radio Universidad, con una antena que apenas cubría la tercera parte de la extensión de la ciudad, sin posibilidad de escucha por internet, cargado de buenas intenciones pero muy verde técnicamente, lleno de entusiasmo y optimismo e ilusión, deseando ofrecer a los escasos y sorprendidos oyentes miles de maravillas musicales y literarias, recuerdo cómo me enfrenté -y el verbo es más que apropiado- al micrófono, tímido, desconcertado, balbuceando las primeras frases, presentando las primeras canciones, equivocándome de continuo, desconcertado ante aquellas paredes vacías en las que rebotaban mis torpes palabras pronunciadas para nadie. Ahora, casi catorce años después, sin haber mejorado demasiado en los aspectos más profesionales de un asunto que para mí sigue siendo un divertimento apasionante, tras más de trescientos cincuenta programas, aquí estamos otra vez, recién inaugurado este 2013, con la misma pasión, la misma entrega, la misma enardecida voluntad de cambiar el mundo con un puñado de canciones y textos literarios.
Esta semana y las dos próximas, nuestro espacio se va a centrar en la figura de Ramón Gómez de la Serna de cuya muerte se cumplen cincuenta años el próximo 12 de enero. Para ello, entre canciones variadas, todas dulces y recogidas, todas algo melancólicas y tiernas, todas encantadoras, vais a escuchar cerca de cuarenta greguerías del maestro madrileño. En la emisión de esta semana, los intérpretes son Terez Montcalm, Cassandra Wilson, Rim Banna, Sophie Zelmani con Daniel Lemma, Lana del Rey, Van Morrison, Katie Melua, Neil Halstead, Tori Amos, Bettye LaVette, Andy Summers con Fernanda Takai, y Tanita Tikaram con Paul Bryan.
Las greguerías, esos iluminadores fogonazos, esos deslumbrantes haikus, esos inesperados e inteligentes hallazgos conceptuales, esas rupturas del sentido más previsible, más convencional y por ello seguramente más errado, esas puertas que nos abren a mundos que se parecen al nuestro pero que son otros, más ricos, más rotundos, más verdaderos, esos juegos de palabras que hacen jugar también a la vida, protagonizan pues esta serie dedicada a Ramón que espero pueda interesaros. De entre los cientos, los miles de greguerías que escribió Gómez de la Serna, siempre intensas, siempre desconcertantes, siempre insólitas, siempre llenas de sentido, de otro sentido más profundo y auténtico, he escogido para integrar el programa de esta semana algunas que evocan los misterios del amor, la magia de las mujeres, la fascinación que nos producen los besos, el encantamiento que el deseo y la atracción provocan. Os dejo, además, para completar esta entrada, un interesante artículo publicado por José de la Colina en un número de noviembre de 2003 de la prestigiosa revista Letras Libres. Igualmente, de entre todas las canciones que han sonado en la emisión, os ofrezco ahora el video de One kiss, un título muy apropiado para ilustrar la genial greguería bajo cuya rúbrica os presento el programa. Los mencionados Tanita Tikaram y Paul Bryan son sus intérpretes.
Ramón, o el juego con el mundo
1
La greguería... ¿Dijo usted? Dije la greguería. ¿Y qué hace la greguería? Nos hace sonreír. Pero ¿qué cosa es? O una inmensidad en una minucia... o una minucia en una minucia. Ejemplo de lo primero: “En la noche estrellada se ve el esqueleto de la inmortalidad.” Ejemplo de lo segundo: “El jabón es el pez más difícil de pescar en la bañera.”
¿Y la palabra greguería qué significa? Dos cosas muy diferentes. El Diccionario académico primero dice “gritería”, pero luego dice algo muy distinto: “agudeza, imagen en prosa que presenta una visión personal, sorprendente y a veces humorística de algún aspecto de la realidad, y que fue lanzada y así denominada por el escritor Ramón Gómez de la Serna”... Pero esta segunda acepción es incompleta, propia de un diccionario cobarde. ¿Cobarde, por qué? Porque cuando, por rara ocasión, ese diccionario ha logrado un hallazgo poético, casi siempre involuntario, se asusta y lo suprime en edición posterior. En la última o penúltima ya había suprimido a un poético animal: no al cisne ni al centauro ni a la sirena, que son de la gastada zoología de los poetas, sino al canute...
¿El canute? Sí, en segunda acepción: “Canute, murcianismo, gusano de seda que enferma después de recordar y muere a los pocos días.” ¿Y por qué es “poético” ese gusano? Porque si efectivamente recuerda antes de morir, le podemos suponer un alma gemela de la de Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando...” Es decir: el infeliz aunque lírico canute morirá después de recordar, como el poeta Jorge Manrique y también como el prosista Marcel Proust. Es manriquiano y proustiano, por eso de la memoria terminal, y en un diccionario ideal, en el que las acepciones fuesen metáforas, se le podría usar para definir la memoria, por ejemplo con esta greguería que intento con permiso de Ramón Gómez de la Serna: “La memoria es un gusano de seda que sueña, despierta y muere.” No es gran cosa. No quiso ser gran cosa, sino un mero ejemplo.
Entonces ¿qué hace la greguería? Ya se dijo: te hace sonreír. O sea que, además de poeta, Ramón es un humorista... ¿Qué es un humorista? Yo no podría dar la definición canónica del humorista, ni la del humorismo. Sé que la greguería es poética y humorística, es un pez difícil de definir, y el espeso e inmanejable diccionario académico de la lengua española lo intenta heroicamente, pero le queda incompleta. El mismo Ramón intentó definirla en bellos y sucesivos prólogos a sus recolecciones de greguerías: en el prólogo definitivo, el de Total de Greguerías, traza la serie de antecedentes del género, desde Luciano, Horacio, Shakespeare, Lope, Quevedo, etc., hasta Jules Renard, Saint-Paul Roux, Santayana, etc., y se le escapa Malcolm de Chazal con su Sens plastique, quizá porque no sabía de él, e intenta varias definiciones. Entre otras: “La Greguería es como esas flores de agua que vienen del Japón y que siendo, como son, unos ardites, echadas en el agua se esponjan, se engrandecen y se convierten en flores”, y “puede tener algo de haikai, pero es haikai en prosa”, y “es el atrevimiento a definir lo que no puede definirse, a capturar lo pasajero, a acertar o no acertar lo que puede no estar en nadie o puede estar en todos”. Y Ramón, como un boticario responsable, hasta da la fórmula: “Humorismo + metáfora = greguería”.
2
Desde sus comienzos literarios, Jorge Luis Borges admiraba a Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1988 - Buenos Aires, 1963), de quien escribió alguna página deslumbrada y con quien había participado en la mítica fundación de la revista Sur; pero, contradictoriamente, no le gustaba el género de las greguerías. La contradicción de Borges estaba en admirar la escritura de Ramón sin percibir que la unidad básica, la pieza sine qua non de esa escritura, era precisamente la greguería, fusión de metáfora y sonrisa. Las greguerías tanto valen cada una sola como entreveradas en el vasto tejido de todos los libros de Ramón: novelas, cuentos, ensayos, biografías, retratos literarios, intentos teatrales, dizque aforismos, poemas en prosa que no se atreven a decir su nombre, etc. Su total obra, de más de cien títulos, de una cantidad de palabras que da vértigo, es una vasta esfera de omnipresentes greguerías, una greguería global, un universo con la periferia en todas partes y el centro en ninguna.
La greguería colinda con todos los géneros (el aforismo, el haikú, el poema en prosa, el ensayo, el cuento, el chiste, el juego de palabras, etc.) y traviesamente los atraviesa sin adscribirse ni identificarse del todo con ninguno. Aquí van greguerías recogidas al azar, casi siempre de la memoria y procurando evitar las piezas multicitadas por los ramonianos de última hora, los que a estas alturas descubren el Mediterráneo llamado Ramón
3
La greguería como mirada: “El sostén es el antifaz de los senos”; “Paloma con las alas ardiendo: guerra”; “La nieve dota de papel de escribir a todo el paisaje”; “El látigo traza en el aire la rúbrica del tirano”; “La sandía es una hucha de ocasos”; “La nieve se apaga en el agua”; “Búho: gato emplumado”; “Fijándose bien en el alba, se ve que brota del rescoldo de ayer”; “La araña es la zurcidora del aire”; “El huevo nos mira con su roja pupila interior”; “En el cisne se unen el ángel y la serpiente”.
La greguería como cuento: “Al agonizar el viejo marino, pidió que le acercasen un espejo para ver el mar por última vez”; “Enterramos al perro, pero el ladrido quedó en otro perro que ladraba a lo lejos”; “¡No somos los de los espejos, no somos los de los espejos! ¡Nos han engañado!”; “¿Y si las hormigas fuesen los marcianos establecidos ya en la tierra?”; y esta maravillosa love story: “Se miraron de ventanilla a ventanilla en dos trenes que iban en dirección contraria, pero la fuerza del amor es tanta que de pronto los dos trenes comenzaron a correr en el mismo sentido.”
La greguería como ensayo en miniatura, o como aforismo: “Monólogo significa el mono que habla solo”; “Filósofo es un hombre sentado al borde de un pozo y mirando al fondo”; “La eternidad envidia a lo mortal”; “Los sueños ¿son nuevos o los tenemos de muy antiguo?”; “Nuestra única y verdadera propiedad son los huesos”; “Toda la Historia se reduce a escribir la Historia”; “El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero”; y este magistral relámpago filosófico, que hubiera deslumbrado a Bergson: “El que va a morir mañana, vive el hoy siempre.”
La greguería como visión poética: “Los solares están soñando ventanas”; “Los labios lívidos del viento”; “Los ríos no saben su nombre”; “Nadie ha dicho que las cosas viven: las cosas sueñan”; “Los ojos de los muertos miran a las nubes que no volverán”; “La mano es el guante de la sangre”; “Las mariposas las hacen los ángeles en sus horas de oficina”; y esta anotación estremecedora, que roza lo fantástico: “Lloran los gatos en la noche como si quisieran haber nacido niños en vez de gatos” (¿y quién no ha oído ese maullido casi silabeado, llegando de una azotea en alguna noche de desvelo?).
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A través de los géneros: greguerías, cuentos fantásticos (Disparates, Caprichos), novelas errabundas, disquisitivas, paródicas (Seis falsas novelas), vanguardistas (El novelista, El hombre perdido), y ensayos sobre cotidianidades, primores, extravagancias y enormidades de la realidad, biografías y retratos escritos en los que frecuentemente el dato es sustituido por la suposición y el rasgo toma una proporción fantasiosa, Ramón hizo la inmensa crónica del mundo con la mirada risueña, caprichosa, metaforizante, humorizante.
En él, nuevo fénix de los ingenios, escritor esférico tanto en su vasta escritura como en su apariencia física, se dio eso muy poco frecuente, angélico y casi monstruoso (pero todo ángel es monstruoso): la conjunción de poesía y humorismo. Tiene algo de Quevedo ante el absurdo del mundo, pero sin el tono ácido de Quevedo; tiene algo de Góngora, por el aparato metafórico con el que traduce el universo, pero despliega metáforas anticlásicas y a veces antilógicas; tiene algo de fray Luis de Granada, por su observación del hombre en los animales y de los animales en el hombre, aunque su escritura no es la prosa oratoria de aquel frate Luis; tiene algo de surrealista para descubrir en la realidad la otra realidad y por su prosa a veces sospechosa de automatismo (sobre todo en sus “novelas de la nebulosa”: El hombre perdido, ¡Rebeca, Rebeca!), pero empieza antes de los surrealistas; tiene en muchas de sus greguerías ecos de las bellas anotaciones de Jules Renard en su bestiario y su diario de aldea, pero Ramón aseguraba haber leído a Renard después de hallar el dispositivo de la greguería; tiene algo de cirquero (hasta dio conferencias y lecturas desde un trapecio, o a lomos de un elefante, y escribió El circo, con prólogo de una famosa familia de payasos: los hermanos redundantemente apellidados o apodados Fratellini), pero su espectáculo se despliega ante todo en la pista verbal; tiene algo del artífice de haikais, pero al modo occidental...Y, the last, but not the least, su obra, develadora, noveladora de lo real, con una escritura tranquilamente rebelde a todas las reglas genéricas, sintácticas, retóricas, su obra apolítica, afilosófica y casi amoral, monótona pero variada y abigarrada, está regida por la imaginación, el capricho y el espíritu de juego y del placer. La sonrisa de su escritura cruza indemne el espesor del mundo y la pesadilla de la Historia, y en sus miles de páginas robadas a innumerables noches completas, fulgurantes en el primer albor del día de Madrid, de Lisboa, de Buenos Aires, triunfaron el espíritu poético y el duende del humorismo.
(NOTA: Por problemas técnicos relativos al código de inserción del programa no puedo incluir aquí el player que permite escuchar la emisión en esta misma entrada. Ello es posible, no obstante, en el enlace que aparece al pie del video y también a través de la sección "Programas (descargas)" situada en la columna izquierda de esta página. Espero resolver esta dificultad lo más pronto posible).
Como daba besos lentos duraban más sus amores
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Como daba besos lentos duraban más sus amores
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