LA AMBIGUA BELLEZA DE LOS ANIMALES
Muchos animales también -como la semana anterior, muchos de ellos meramente metafóricos- en las canciones del programa: The snake interpretada por Al Wilson, Mockingbird, con Carly Simon y James Taylor al alimón, Tucán, creación de Esclarecidos, Wild horses, de los Rolling Stones, The lamb lies down on Broadway, del Genesis primero, el de Peter Gabriel, Cat people (putting on fire), la pieza principal que David Bowie compuso para la banda sonora de la película de igual título, un remake de La mujer pantera, Fireflies, de Lori Mckenna, Hounds of love en la estupenda voz de Kate Bush, Tiger in the night, cantada por la dulce Katie Melua, Sleeps with butterflies, con otra favorita de Buscando leones en las nubes, Tori Amos, la algo empalagosa Dolphins make me cry, de Martyn Joseph, y la estupenda versión del clásico de Roberto Carlos, El gato que está triste y azul, con la que Rosario Flores cierra de modo brillante la emisión.
Os ofrezco como colofón a esta entrada dos espléndidos poemas que por su extensión no ‘cabían’ en la emisión: Bestiario, de Pablo Neruda, e Introducción a las fábulas para animales, de nuestro Ángel González, ambos magníficos y extraordinariamente oportunos como ilustración al tema de la serie. Tras ellos, Katie Melua en vivo con su Tiger in the night.
Bestiario (Pablo Neruda)
Si yo pudiera hablar con pájaros,
con ostras y con lagartijas,
con los zorros de Selva Oscura,
con los ejemplares pingüinos,
si me entendieran las ovejas,
los lánguidos perros lanudos,
los caballos de carretela,
si discutiera con los gatos,
si me escucharan las gallinas.
Nunca se me ha ocurrido hablar
con animales elegantes:
no tengo curiosidad
por la opinión de las avispas
ni de las yeguas de carrera:
que se las arreglen volando,
que ganen vestidos corriendo.
Yo quiero hablar con las moscas,
con la perra recién parida
y conversar con las serpientes.
Cuando tuve pies para andar
en noches triples, ya pasadas,
seguí a los perros nocturnos,
esos escuálidos viajeros
que trotan viajando en silencio
con gran prisa a ninguna parte
y los seguí por muchas horas,
ellos desconfiaban de mí,
ay, pobres perros insensatos,
perdieron la oportunidad
de narrar sus melancolías,
de correr con pena y con cola
por las calles de los fantasmas.
Siempre tuve curiosidad
por el erótico conejo:
¿quiénes lo incitan y susurran
en sus genitales orejas?
Él va sin cesar procreando
y no hace caso a San Francisco,
no oye ninguna tontería:
el conejo monta y remonta
con organismo inagotable.
Yo quiero hablar con el conejo,
amo sus costumbres traviesas.
Las arañas están gastadas
por páginas bobaliconas
de simplistas exasperantes
que las ven con ojos de mosca,
que la describen devoradora,
carnal, infiel, sexual, lasciva.
Para mí esta reputación
retrata a los reputadores:
la araña es una ingeniera,
una divina relojera,
por una mosca más o menos
que la detesten los idiotas,
yo quiero conversar con la araña:
quiero que me teja una estrella.
Me interesan tanto las pulgas
que me dejo picar por horas,
son perfectas, antiguas, sánscritas,
son máquinas inapelables.
No pican para comer,
sólo pican para saltar,
son las saltarinas del orbe,
las delicadas, las acróbatas
del circo más suave y profundo:
que galopen sobre mi piel,
que divulguen sus emociones,
que se entretengan con mi sangre,
pero que alguien me las presente,
quiero conocerlas de cerca,
quiero saber a qué atenerme.
Con los rumiantes no he podido
intimar en forma profunda:
sin embargo soy un rumiante,
no comprendo que no me entiendan.
Tengo que tratar este tema
pastando con vacas y bueyes,
planificando con los toros.
De alguna manera sabré
tantas cosas intestinales
que están escondidas adentro
como pasiones clandestinas.
¿Qué piensa el cerdo de la aurora?
No cantan pero la sostienen
con sus grandes cuerpos rosados,
con sus pequeñas patas duras.
Los cerdos sostienen la aurora.
Los pájaros se comen la noche.
Y en la mañana está desierto
el mundo: duermen las arañas,
los hombres, los perros, el viento,
los cerdos gruñen, y amanece.
Quiero conversar con los cerdos.
Dulces, sonoras, roncas ranas,
siempre quise ser rana un día,
siempre amé la charca, las hojas
delgadas como filamentos,
el mundo verde de los berros
con las ranas dueñas del cielo.
La serenata de la rana
sube en mi sueño y lo estimula,
sube como una enredadera
a los balcones de mi infancia,
a los pezones de mi prima,
a los jazmines astronómicos
de la negra noche del Sur,
y ahora que ha pasado el tiempo
no me pregunten por el cielo:
pienso que no he aprendido aún
el ronco idioma de las ranas.
Si es así, ¿cómo soy poeta?
¿Qué sé yo de la geografía
multiplicada de la noche?
En este mundo que corre y calla
quiero más comunicaciones,
otros lenguajes, ocres signos,
quiero conocer este mundo.
Todos se han quedado contentos
con presentaciones siniestras
de rápidos capitalistas
y sistemáticas mujeres.
Yo quiero hablar con muchas cosas
y no me iré de este planeta
sin saber qué vine a buscar,
sin averiguar este asunto,
y no me bastan las personas,
yo tengo que ir mucho más lejos
y tengo que ir mucho más cerca.
Por eso, señores, me voy
a conversar con un caballo,
que me excuse la poetisa
y que el profesor me perdone,
tengo la semana ocupada,
tengo que oír a borbotones.
¿Cómo se llamaba aquel gato?
Introducción a las fábulas para animales (Ángel González)
Durante muchos siglos
la costumbre fue ésta:
aleccionar al hombre con historias
a cargo de animales de voz docta,
de solemne ademán o astutas tretas,
tercos en la maldad y en la codicia
o necios como el ser al que glosaban.
La humanidad les debe
parte de su virtud y su sapiencia
a asnos y leones, ratas, cuervos,
zorros, osos, cigarras y otros bichos
que sirvieron de ejemplo y moraleja,
de estímulo también y de escarmiento
en las ajenas testas animales,
al imaginativo y sutil griego,
al severo romano, al refinado
europeo,
al hombre occidental, sin ir más lejos.
Hoy quiero -y perdonad la petulancia-
compensar tantos bienes recibidos
del gremio irracional
describiendo algún hecho sintomático,
algún matiz de la conducta humana
que acaso pueda ser educativo
para las aves y para los peces,
para los celentéreos y mamíferos,
dirigido lo mismo a las amebas
más simples
como a cualquier especie vertebrada.
Ya nuestra sociedad está madura,
ya el hombre deja atrás la adolescencia
y en su vejez occidental bien puede
servir de ejemplo al perro
para que el perro sea
más perro,
y el zorro más traidor,
y el león más feroz y sanguinario,
y el asno como dicen que es el asno,
y el buey más inhibido y menos toro.
A toda bestia que pretenda
perfeccionarse como tal
-ya sea
con fines belicistas o pacíficos,
con miras financieras o teológicas,
o por amor al arte simplemente-
no cesaré de darle este consejo:
que observe al homo sapiens, y que aprenda.
La ambigua belleza de los animales