YO ES OTRO
Con el programa de esta semana, Buscando leones en las nubes abre una nueva serie, compuesta por tres emisiones consecutivas, dedicada esta vez al tema de la identidad. Para esta primera edición de hoy he escogido algunos breves textos de diferentes escritores que constituyen una suerte de indagación en torno a la idea de identidad. John Lanchester, Jaime Gil de Biedma, Rubem Fonseca, Vicente Molina Foix, Hari Kunzru, José Carlos Llop, Enrique Vila-Matas, François René Chateaubriand, Paul Valery, Tulio Stella y Paul Auster nos dejan sus aproximaciones, directas y frontales en algunos casos, más escondidas y laterales en otros, sobre uno de los grandes tópicos (en el mejor sentido del término) de la literatura, el arte, la filosofía y, en general, el pensamiento universales. ¿Quiénes somos realmente? ¿Cuántos y quiénes nos habitan? ¿Qué delimita nuestra personalidad? ¿Qué rasgos definen nuestro yo más íntimo? ¿Existe, en realidad, un yo íntimo? He ahí algunas de las preguntas que el ser humano ha venido haciéndose desde siempre y a las que intentaremos dar respuesta esta noche a través de las sugerencias que nos proponen los autores citados.
Desde este punto de vista de la reflexión sobre la identidad, esta entrada se presenta bajo dos poderosas referencias. La primera es la anticipadora afirmación de Rimbaud, emblema de una cierta forma de entender el arte, la poesía, la creación, la modernidad: Je est un autre. Os dejo el texto íntegro de una de sus cartas que incluye la conocida frase: Quiero ser poeta, y me esfuerzo en volverme Vidente: yo apenas sabría explicárselo y, aunque supiese, usted no comprendería nada en absoluto. Se trata de alcanzar lo desconocido por medio del desarreglo de todos los sentidos. Los sufrimientos que ello conlleva son enormes, pero hay que ser fuerte, haber nacido poeta, y yo me he reconocido poeta. No es culpa mía en absoluto. Nos equivocamos al decir: yo pienso; deberíamos decir: Alguien me piensa. Perdón por el juego de palabras.Yo es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín, ¡y al carajo los inconscientes que pedantean acerca de lo que ignoran por completo!
La segunda referencia es un autorretrato magnífico de Francis Bacon. Un pintor, Bacon, que tan bien refleja, con sus personajes de trazos difuminados, con los rasgos borrosos, con sus rostros desfigurados, los confusos límites de la identidad del hombre contemporáneo, con su pobre yo a menudo difuso y torturado.
Como de costumbre, para facilitar la reflexión sosegada en torno a los fragmentos literarios y propiciar su disfrute placentero, he seleccionado, para la banda sonora del programa, algunas intimistas canciones, en la mayor parte de los casos de publicación muy reciente. Sus intérpretes son la americana con raíces en Uganda y Ruanda, Somi; la brasileña Bïa Krieger, con su impecable dicción francesa; otra brasileña, nuestra habitual invitada Ive Mendes; Joan as Police Woman, con una magnética pieza de su último disco; Adele, de éxito multitudinario en todo el mundo con su excepcional 21, su grabación más reciente; la sudafricana Simphiwe Dana, a la que olvidé citar en la emisión; la canadiense Molly Johnson, con su versión de Streets of Philadelphia; el sensible Daniel Martin Moore y su delicado piano; otra británica emergente y aplaudida por doquier, Rumer; la excéntrica islandesa Björk; y la impresionante cantante etíope Gigi Shibabaw. De algunas de las intérpretes femeninas os dejo una muestra en vídeo. En primer lugar, Somi y su versión de Waiting in vain de Bob Marley. A continuación, Bïa Krieger y esa maravilla que es Les mûres sauvages. Luego Ive Mendes, siempre sensual (y algo hortera, todo hay que decirlo), cantando Never felt love like this. La sigue Adele y otra joya, Someone like you. En penúltimo lugar, Joan as Police Woman con la hipnótica Flash. Y cerrando la serie, Rumer con su lentísima y subyugante Slow.
Para clausurar esta entrada os dejo el primer fragmento que he leído en el programa, una larga y clarividente reflexión de John Lanchester acerca de las dificultades que entraña la definición de la compleja personalidad humana. Un texto excelente que concentra lo esencial del asunto sobre el que gira la emisión.
He llegado a la conclusión de que los dos modelos dominantes de la personalidad humana son falsos. Uno de ellos, el principal en Occidente, considera la personalidad un edificio, una estructura estable y perdurable, como una construcción. En esta versión nuestras personalidades no son necesariamente pequeñas o sencillas; pueden tener muchos aspectos diferentes, lugares desde los cuales uno puede adoptar una perspectiva diferente, con recovecos y madrigueras, lugares secretos, patios interiores, harenes, minaretes, calabozos, fantasmas inesperados, cámaras de Barbazul; pueden ser abiertos (los muros derribados) o cerrados y parecidos a un zoco; pero esencialmente, a pesar de toda su complejidad, son fijos y estables. Con el tiempo podemos descubrir cosas nuevas sobre nosotros, pero es como descubrir en una mansión destartalada una habitación oculta detrás de una puerta. Somos lo que somos; somos nuestro yo y nuestro yo es para siempre.
La otra visión, más oriental, considera que esa forma de ver la personalidad es fundamentalmente errónea. Contempla la personalidad, la inmutabilidad del yo, como una especie de ilusión óptica. Somos una ola, una fluida secuencia de estados mentales y percepciones, que recorre el tiempo. Cuando volvemos la vista atrás y miramos el camino que ha recorrido la ola, lo que vemos es una trampa de la memoria, y parece que el yo hubiera estado viajando con nosotros; pero al igual que en una ola el agua permanece donde está y es sólo la energía la que se mueve hacia delante, lo mismo ocurre con la personalidad que sólo existe en este momento, aquí y ahora. Recordamos momentos pasados (o creemos hacerlo; continuamente nos convencemos de que lo hacemos) y nos inventamos una continuidad para ese yo anterior, pero es una ficción. Únicamente somos quienes somos ahora mismo, y la continuidad y la estabilidad del yo es una ilusión reconfortante. Nos contamos historias para fabricar una unidad única con estos sucesivos yoes; construimos historias para construirnos un yo.
Ninguna de estas dos formas de ver la identidad me parece correcta. No somos fijos y permanentes, y el énfasis budista en la fluidez es correcto en la medida que hace hincapié en ello; pero al mismo tiempo no nos reinventamos a nosotros mismos a cada momento. La segunda de estas visiones no parece muy correcta. Yo no soy exactamente la misma persona que fui ayer, o hace un año, o hace una década. Y sin embargo es correcto decir que no soy una persona totalmente distinta. Hay una continuidad entre nuestros yoes pasados y los actuales; esto es algo que podemos sentir en nuestro ser más profundo. Y este sentimiento no es una ilusión. De hecho, a menudo deseamos que hubiera menor continuidad, y todos tenemos cosas de las que nos gustaría librarnos. Pero no funciona así.
Yo es otro