LA ELEGANCIA DEL ERIZO. UN SIEMPRE EN EL JAMÁS
Como ya he contado aquí en más de una ocasión, el proceso de gestación de un programa tipo de Buscando leones en las nubes es lento, demorado y tranquilo, a veces arduo (aunque siempre disfruto mucho), y se ajusta a un ritual que casi en todos los casos sigue etapas parecidas: primero surge -al modo de una chispa o fogonazo, una suerte de iluminación- una idea, el tema o argumento central de la emisión; a partir de ese momento la rumio en mi cabeza durante semanas hasta acabar puliéndola; si la considero viable empiezo a hacer acopio de posibles textos y canciones para ilustrarla; más adelante llevo a cabo una primera selección de ese material, luego otra más, y aún una tercera o una cuarta; elegidos las canciones y los textos definitivos, ajusto la probable duración de la lectura de los fragmentos, verifico la extensión de las piezas musicales, acomodo unos y otras para lograr su encaje idóneo entre sí y en una hora de emisión, decido el orden adecuado; para terminar pienso en las palabras introductorias y en las que despedirán el programa … y meses después, a veces años después, por fin todo está cerrado y llega la hora de encaminarse a la emisora a radiar el programa. A modo de ejemplo os diré que en este momento tengo encima de mi mesa los apuntes, las ideas germinales -en un mayor o menor estado de desarrollo- de una treintena de programas que acabarán emitiéndose en los próximos doce meses (o incluso aún más tarde). Ved aún otra muestra bien significativa de mi modo de trabajar: el artículo de Carlos Boyero sobre Tom Waits en el que basé la emisión previa a la Navidad se publicó el 11 de julio de 2008. Ese mismo día yo ya había decidido hacer un programa con él. Su programación definitiva no tuvo lugar, no obstante, hasta el 21 de diciembre de 2009.
Y así ha ocurrido también en el caso de las emisiones de estas dos semanas, la presente y la próxima. Yo leí La elegancia del erizo (tengo la primera edición, de septiembre de 2007… y ya lleva treinta) en la primavera de 2008 y ya entonces pensé que haría algún programa con sus textos. Desde ese momento se ha repetido el sólito itinerario (¿habéis visto a alguien más pedante?: ¡¡¡¡quién demonios escribe sólito en un blog!!!!!). En fin… el caso es que ahora, año y medio -casi dos años- después, la emisión (que a la postre serán dos; ¿a la postre?... ¡¡¡¡¡¡aggggggg!!!!!!) ve la luz.
La elegancia del erizo cuenta, en paralelo, dos historias que sólo al final acabarán confluyendo, la de Renée, la portera del número 7 de la calle Grenelle, un edificio en el que viven algunas, pocas, seleccionadas familias de ‘lo mejor’ de París, altos funcionarios, banqueros, artistas, y la de Paloma, la hija de doce años de un matrimonio de la alta burguesía parisina, su padre un diputado, ex ministro, y su madre, una mujer que, sin ser una intelectual, es doctora en Letras y, como dice su hija, escribe sus invitaciones para cenar sin faltas de ortografía y se pasa el tiempo dándonos la tabarra con referencias literarias. La familia, que completa la hermana de Paloma, la pija moderna Colombe, es extremadamente rica y habita en uno de los ocho enormes pisos del edificio de la calle Grenelle.
Renée es una portera atípica, encerrada en una apariencia que encaja en los rasgos externos que imaginamos en cualquier persona de su condición. Pero, más allá de su previsible superficie, en Renée encontramos un ser sensible e inteligente, autodidacta, que conoce y degusta las obras de los grandes filósofos (la autora, Muriel Barbery, es profesora de filosofía y ese poso aflora en la novela); una persona, esta portera, Renée, que aprecia las grandes obras de la creación artistica e intelectual del hombre y que por debajo o más allá de las rutinas de su profesión vive una vida espiritual.
Por otro lado, Paloma es una niña inteligentísima, y precisamente por su extraordinaria lucidez es, en cierto modo, una inadaptada. Decidida a suicidarse el día en que cumpla los trece años por su incapacidad de hacer frente al absurdo y el sinsentido que entrevé en la vida de los adultos, Paloma se entrega al proyecto de plasmar en su cuaderno dos tipos de reflexiones, que van apareciendo, alternadas, en distintos capítulos de la novela. Por un lado, las que ella llama Ideas profundas, que pertenecen al territorio del espíritu y que son pensamientos que plasma en un pequeño poema, a la manera de un haiku (la presencia de Japón es muy intensa en la novela). Por otro lado, entre estas ideas elevadas Paloma intercala el llamado Diario del movimiento del mundo, obras maestras de la materia, la belleza del movimiento de las gentes, de los cuerpos, de las cosas.
Ambos personajes viven, pues, una existencia más plena, más intensa, más verdadera, escondida entre los pliegues de su aparente banalidad exterior. Tienen, como señala un párrafo de la novela que leeré en el programa de la semana próxima, la elegancia del erizo, por fuera están cubiertas de púas, una verdadera fortaleza, pero por dentro tienen el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes.
En fin, resulta imposible daros cuenta, siquiera de un modo somero, de la multiplicidad de puntos de interés de esta magnífica novela. Espero que los fragmentos que os ofrecezco en estos dos programas, con ‘parlamentos’ de sus dos protagonistas, estimulen el interés por ella. Compradla, leedla, mejor aún, devoradla, disfrutad con ella, apasionaos con sus personajes admirables… estoy seguro de que no os váis a arrepentir. Hay además, una película, El erizo, estrenada recientemente, basada en la novela. No la he visto, aunque a priori (y sé que se trata de un prejuicio irracional e injustificable) me suena a francesada empalagosa.
Para la música de estos dos programas he elegido piezas de autores más o menos pertenecientes a la llamada nouvelle chanson francesa. Se trata de una serie de músicos, que publican su obra a partir de los años noventa del pasado siglo, y que, tanto por su creatividad y su efervescencia artística, como por la magnitud de su número y el impacto mediático de alguna de sus personalidades, parecen reeditar, cuarenta y hasta cincuenta años después, un fenómeno como el de la primera chanson, con las enormes repercusiones y la extraordinaria influencia que aquél tuvo. Jacques Brel (que era belga), Barbara, Yves Montand, Georges Brassens, Juliette Gréco, Françoise Hardy y muchos otros nombres míticos de aquel fecundo movimiento ven cómo su legado reaparece, convenientemente modernizado y recreado con las aportaciones del rock o del pop más actuales, en los discos de tantos jóvenes (y no tan jóvenes) creadores. En el primer programa de la serie podéis escuchar a Karpatt, Coralie Clément, Vincent Delern, Julie Delpy (la conocida actriz, quizá la que menos encaja en una corriente de fronteras, por otro lado, difusas), Helena Noguerra que suena arropada por la banda sonora del portugués Rodrigo Leâo, Keren Ann, Charlotte Gainsbourg, Dominique A, Carla Bruni, Romane Serda y Benjamin Biolay cantando junto a su ex-mujer Chiara Mastroianni.
Quiero dejaros también una muestra en vídeo de alguno de los artistas que han sonado en la emisión, aunque esta vez no he querido repetir las canciones del programa. Quien sí se repite es la protagonista, que parece la misma (¡esa languidez tan gala!) en los cuatro vídeos. Por un lado, esa francesita típica adopta las formas de Coralie Clément interpretando L’ombre et la lumière, una bossa nova a la moda parisina. A continuación, nuestra ingenua jovencita se metamorfosea en Keren Ann, cantando Ailleurs con una coreografía repolluda que puede provocar vómitos, aunque la canción es bonita. Más adelante la chica comparece metida en la piel de una Charlotte Gainsbourg (tan parecida a su madre, la guapísima Jane Birkin, como a su padre, el muy feo Serge Gainsbourg) con problemas de insomnio, no necesariamente causados (al menos no se ha podido demostrar) por la machacona repetición electrónica tan habitual en las producciones del dúo Air. La canción, pese a todo estupenda, es 5.55. Por último, en una vuelta de tuerca al concepto de ‘francesidad’, ahora tan debatido en el país vecino, podéis escuchar a la italiana Carla Bruni que susurra una preciosa Chanson triste en un escenario sobre el que no he podido divisar al ínclito Sarkozy (salvo que lo tape la batería).
La elegancia del erizo. Un siempre en el jamás