martes, 23 de marzo de 2010


BORIS VIAN

Una semana más seguimos con homenajes en Buscando leones en las nubes. Hoy nuestro invitado es Boris Vian, en unos días en que se cumplen los cincuenta años de su prematura muerte, el pasado 23 de junio, y los noventa de su nacimiento, el 10 de marzo de 1920. (Cierto, se trata de dos fechas algo separadas en el tiempo, pero aun así, suficientemente cercanas como para propiciar el tratamiento conjunto de ambas efemérides).

Boris Vian fue un escritor, y la de la escritura es sólo una faceta de su proteica personalidad artística, que tuvo en nuestro país una extraordinaria acogida a finales de los setenta y principios de los ochenta del pasado siglo, con la democracia estrenándose, y que ahora, con ocasión de este doble aniversario, vuelve a estar en los medios de comunicación, en los suplementos culturales y, lo que es más importante, en los estantes de las librerías. Boris Vian fue dramaturgo, traductor, novelista, poeta, autor de canciones, todo ello en su faceta literaria, pero también trompetista de jazz, actor, ingeniero, una personalidad muy rica, desbordante, que en los escasos y jovencísimos cuarenta años que vivió antes de su anunciada desaparición a causa de una dolencia cardiaca que le había sido diagnosticada ya de niño, pobló el mundo con decenas de manifestaciones de su talento: discos, novelas, poemas, obras de teatro, actuaciones en películas e incluso una ópera por él compuesta.

El genio creador de Boris Vian se caracteriza por el espíritu subversivo y provocador, por su rebeldía frente a las formas más esperadas y previsibles del lenguaje y de la vida, por su falta de aceptación de los convencionalismos sociales y literarios. Su vitalidad, su espíritu lúdico, sus permanentes juegos con las palabras, con la vida, su experimentalismo, su resistencia al poder, su oposición al militarismo, su negativa radical al fácil encasillamiento en un género, en una profesión, en una categoría, su militancia apasionada en el delirante pero liberador movimiento patafísico, lo convirtieron en un personaje extraordinariamente influyente entre la intelectualidad de su época, pero sobre todo para los jóvenes que en 1968 tomaron las calles de París al grito unánime de la imaginación al poder. No sorprende tampoco que en España, en esos momentos de la eclosión festiva, del auge alegre de la libertad tras la muerte de Franco, se hubiera traducido una gran parte de su obra. Revisando mi biblioteca antes de preparar esta entrada me he encontrado con La espuma de los días, La hierba roja, El arrancacorazones, El otoño en Pekín y El lobo-hombre, cinco novelas magníficas, en las ediciones de Bruguera de entre 1978 y 1982. Han aparecido, igualmente, con sus páginas amarilleando, ediciones de bolsillo de sus novelas policíacas, que publicó con el seudónimo de Vernon Sullivan, Escupiré sobre vuestra tumba, Con las mujeres no hay manera, Todos los muertos tienen la misma piel y Que se mueran los feos. Y además, libros de cuentos, como Las hormigas, o procaces acercamientos al erotismo con sus Escritos pornográficos... En fin, reparad en que ya os he mencionado una larga decena de libros del francés, prueba evidente de lo mucho que me llegó a interesar hace treinta años, cuando uno era un jovenzuelo ingenuo y lleno de ilusiones y la adolescencia perpetua, el juego como norma, la permanente transgresión, la alegría vital y su paradójico correlato, el escepticismo inteligente de Boris Vian coincidían con mis sueños y aproximaban al francés a mis propias señas de identidad. El doble aniversario de su nacimiento y de su muerte puede desencadenar, al menos yo así lo espero (en una especie de recuperación de mi primera juventud), una masiva reedición de sus obras, muchas de las cuales, dado el paso del tiempo, resultan hoy inencontrables. De hecho ya están apareciendo libros nuevos en las editoriales Tusquets (que ofrece en su catálogo gran parte de la obra novelística de Vian) o Hiperión, entre otras.

En este marco de celebraciones ‘vianescas’ se inscribe el libro en el que me he centrado para confeccionar la emisión de hoy. Se trata de No me gustaría palmarla, publicado en una edición preciosa por la Editorial Demipage en el pasado 2009. En él se plasma una iniciativa de una editora canadiense independiente que recoge veinticuatro poemas de Boris Vian, ilustrados con viñetas de conocidos dibujantes de ambas orillas del Atlántico. En sus versiones en castellano, los editores han recurrido a la traducción de destacados músicos, escritores y poetas españoles e hispanoamericanos, de sensibilidad muy cercana a la del irreverente Vian, como son, entre otros, Fernando Savater, Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca, Jenaro Talens, Santiago Auserón, Rafael Gumucio o Amelia Gamoneda. El resultado final es una delicia, un librito excepcional que, quizá, os puede servir a aquellos de vosotros que no conozcáis a Boris Vian para adentraros en su obra de un modo gradual antes de degustar sus novelas. De él he entresacado los once textos que conforman la oferta literaria del programa que ahora os presento. Creo que aparte de interesantes en sí mismos resultan suficientemente representativos del universo y de las principales preocupaciones de su autor.

Para acompañar musicalmente los poemas elegidos he manejado decenas de canciones. Hay muchos discos recopilatorios de las canciones compuestas por Boris Vian, bastantes con intérpretes de su propia época o inmediatamente posteriores, algunos más modernos y actuales; hay grabaciones en las que el autor canta sus propias creaciones, otras en las que, tocando la trompeta, se aproxima a los grandes clásicos del jazz; hay versiones de músicos famosos y otras de auténticos desconocidos, al menos para mí; hay recreaciones espléndidas desde el punto de vista musical, y otras que, con menos pretensiones, reproducen el espíritu festivo, iconoclasta y más juguetón del escritor; hay discos en castellano, como el magnífico del argentino Andy Changó al que pertenece No quisiera morir, la pieza, traducida por el propio Changó y por Javier Krahe, con la que se abre el programa, y hay también todo tipo de rarezas. De todas estas ‘tipologías’ he querido dar cuenta en la emisión, por lo cual he seleccionado once estupendas canciones de estilos muy distintos para complementar sus poemas. Así, han sonado, Andy Changó, Emily Loizeau, Jean Louis Aubert, Carla Bruni, Henry Salvador, Daphné, Barbara Carlotti, Jane Birkin, Philippe Katerine, Holden y el propio Boris Vian poniendo un espléndido broche final al programa con su melancólica versión del Basin street blues.

Para la sección de vídeos he elegido cinco especialmente destacados. Los cuatro primeros son del genial Andy Changó con otras tantas versiones de canciones de Vian: en el primero canta ¡Viva el progreso! en un vídeo en el que se mezcla la interpretación en directo con sencillos efectos de estudio. El segundo es Beber, la peculiar versión que el argentino hace de Je bois, una muy cáustica canción de Boris Vian, en una actuación registrada en el madrileño Teatro Alfil en noviembre de 2008. El tercero es Snob, también en el teatro Alfil, con una introducción en la que ofrece una breve pero reveladora descripción de la personalidad de Boris Vian. Y el cuarto, y no podía faltar, es No quisiera morir, la para mí mejor canción del disco de Andy Changó consagrado al francés. Aparece en un concierto en el Círculo de Bellas Artes, también de Madrid, grabado a fines del pasado noviembre. La canción está precedida por un largo preámbulo en el que el cantante recrea las circunstancias auténticas de la muerte de Boris Vian. Para cerrar la sección quiero que escuchéis la voz del propio Boris Vian en una muy breve grabación, de escaso interés más allá del reseñado: rendir homenaje al personaje despidiendo esta entrada mediante su presencia real.




Boris Vian

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