martes, 1 de junio de 2021
ESE PARPADEO INCESANTE
Buscando leones en las nubes se ofrece a la audiencia un nuevo lunes con la atrevida y quizá demasiado pretenciosa intención de aportar a nuestra muy probablemente inexistente audiencia una hora de entretenimiento, sensibilidad, reflexión, amenidad y disfrute.
En el caso de esta semana, la vertiente “libresca” del programa lo es doblemente pues hoy ponemos fin a la serie, que se ha extendido durante tres semanas, centrada en un pequeño ensayo sobre los libros y la lectura. Se trata, como ya conoceréis nuestros seguidores habituales, de Leer contra la nada, un estimulante librito de Antonio Basanta que publicó en 2017 la siempre magnífica editorial Siruela.
En el espacio de hoy, podréis escuchar mi lectura de una docena de citas del libro, algunas debidas al propio Basanta y otras escritas por diferentes ensayistas y pensadores como Gianni Rodari, Clive Staples Lewis, Lionel Trilling, Agnès Desarthe, Gustavo Martín Garzo, Alberto Manguel, Daniel Cassany e Ewan Clayton.
Entre ellas sonarán otras tantas canciones, todas con ese tono íntimo y delicado con el que quiero caracterizar la propuesta sonora de nuestro espacio, siendo sus intérpretes Matt Berninger, Stephan Altman y Julien Baker, The Weather Station, Carla Thomas, Sona Jobarteh, Jane Monheit, Waxahatchee, Om Kalsoum, Lana del Rey, Malika Ayane, Julien Baker, que repite, Joyce y las muy dulces y elegantes Les Soeurs Boulay, unas de nuestras cantantes canadienses favoritas.
Hace algunos años, tuve la oportunidad de visitar una exposición que, sobre el cerebro humano, se celebraba en el maravilloso Museo de Historia Natural de Londres, en ese coqueto y señorial barrio de Kensington, tan cercano al lugar en el que Peter Pan, Wendy, los niños y las hadas seguirán viajando al País de Nunca Jamás.
En la sala que cerraba dicha muestra, y a gran tamaño, se mostraba la reproducción de un cerebro humano. Sobre él, un conjunto de focos iluminaba las zonas que cerebralmente entraban en actividad según uno desempeñara cada una de las tareas que, ordenadas a la perfección, se registraban en un panel adosado a una de las paredes del recinto.
Delante de cada una de las acciones propuestas había un botón de color que, al pulsarse, hacía que los focos, que sobrevolaban la reproducción de aquel cerebro, iluminasen tal o cual zona cerebral productora de inteligencia, de las cincuenta y nueve que, de manera exacta, lo componían.
Sorprendido, inquieto e interesado comencé a desvelar el juego. Y así comprobé que cinco, de las cincuenta y nueve áreas conectadas con la producción de inteligencia, entraban en actividad al ver un programa de televisión. (¿Será por ello que en televisión una flor no huela nunca? ¿O que el más suculento programa sobre cocina jamás sea capaz de generarnos el menor apetito?).
Cuarenta y dos áreas se encendieron al accionar yo el botón que decía escuchar música.
Por unos instantes dudé en pulsar el que, a medio camino de las actividades propuestas, señalaba la lectura de textos literarios. Pero al final, como casi siempre en mi vida, pudo en mí más la curiosidad y, con cierto temor, lo presioné.
El espectáculo que entonces presencié aún me conmueve. La totalidad de los focos se encendieron, iniciando a su vez un febril parpadeo, queriendo mostrar así que en ese preciso momento, en el instante mismo de leer, todo nuestro cerebro entra en ebullición.
Y es que, en un texto literario, claro que las flores huelen, exhalando hasta la más sutil y delicada fragancia. Y las comidas apetecen, como aquellas inolvidables meriendas repletas de mermeladas, pastel de carne, galletas de jengibre y gaseosa que los Jorge, Jack, Dolly y Lucy paladeaban en los relatos de Enid Blyton que me iniciaron como lector. Los mismos que llevo prendidos en mi memoria, en el rincón donde estalla la luz de aquellos lejanos, y sin embargo tan presentes, veranos de mi infancia y adolescencia.
Ese parpadeo incesante, ese bullir imparable de nuestros cerebros es el feliz resultado del mejor de los encuentros con la lectura. El rebrotar de un mundo interior, del que somos cómplices, demiurgos; donde —por medio de quien las ha escrito— las palabras se vuelven revelaciones, destellos, cadencias. Antonio Basanta
Ese parpadeo incesante
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1 comentario:
Audiencia si que tienes Alberto. Un programa estupendo.
Alberto:)
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