Félix Grande, en su ya dilatada trayectoria literaria, ha tenido dos referentes básicos: el ya citado César Vallejo y su lenguaje astillado e iluminador; y Antonio Machado y su palabra a la vez realista y misteriosa. Por eso, desde el comienzo de su trayectoria literaria, sus libros se mueven en uno u otro territorio. En unas ocasiones, como en el inaugural Taranto -aunque fue publicado en 1971, su escritura data de una década antes-, prevalece la opción rupturista, en el filo de lo experimental, en la que resuena el poeta peruano, y en otras se impone una lírica del despojamiento (aunque con una dicción, un modo de adjetivar y una música identificables por extremadamente personales) de estirpe machadiana: Las piedras (1964) y gran parte de La noria (1986 y 1989) son los más claros exponentes de esa estética.
Participando de ambas opciones y trazando un camino que se nutre, digámoslo en palabras de Prieto de Paula, de "la extrañeza psíquica del ser ante el magma del mundo", y de un lenguaje cercano a lo surreal, cabe considerar Música amenazada (1965) y el conjunto de poemas en prosa Puedo escribir los versos más tristes esta noche (1969), colección que, paradójicamente, se cierra con un inquietante poema en verso libre, apoyado en el texto nerudiano que da título al conjunto: "Puedo escribir los versos más tristes esta noche / El reloj de pared / marca mil novecientos / sesenta y nueve. Hace un instante / mamá viene corriendo por las calles / en busca de un refugio". Ese equilibrio inestable se rompe en otra de sus obras memorables, Las rubáiyátas de Horacio Martín (1978), un libro, que se completa con Cuaderno de Lovaina, en el que Grande aborda líricamente una experiencia erótico-sentimental al borde del abismo llevando el lenguaje al límite desde presupuestos de austeridad expresiva: predominan los poemas cortos, y las formas clásicas (incluso el soneto), cuando se utilizan, son sometidas a un tratamiento innovador e irreverente.
Treinta y tres años después de la publicación de Las rubáiyátas, Biografía se cierra con La cabellera de la Shoá, un nuevo libro poético que rompe tan larguísimo silencio (La noria es una colección "en marcha", abierta, que se nutre de materiales diversos). Estamos ante un extenso poema escrito en verso libre (con una serie de endecasílabos pareados, un soneto y un fragmento en prosa) de una altura, una densidad y una profundidad acordes con los mejores momentos de la obra de Grande. En él, el poeta afronta una reflexión perturbadora, habla desde el más radical humanismo frente a la más radical (e inexplicable) abyección de la especie. Es una reflexión (o una mirada a la raíz de la condición humana) provocada tras una visita al Campo de Exterminio de Auschwitz. El poema, que se lee de un tirón, sumerge al lector en una pesadilla de la que no puede (no quiere) salir, en la que se ve atrapado gracias a la belleza de un lenguaje envolvente, de gran musicalidad, en el que los ecos del Guernica picassiano, la desolación de la más dura memoria colectiva del Holocausto y la irrupción de momentos de un hiperrealismo descriptivo que arranca con el propio título del libro-poema, la cabellera de la Shoá, que es la simbólica trenza formada por los cabellos de los asesinados en los campos del nazismo. En este libro, Grande alcanza cotas expresivas difíciles de igualar: neologismos, ruptura de la sintaxis convencional, imágenes entre la angustia, el asco y el dolor existencial se combinan de modo dialéctico con el uso de certeras yuxtaposiciones, con un discurso en apariencia desestructurado pero cargado con una tensión emocional (y moral) creciente, y escrito desde la única racionalidad posible: el rechazo telúrico, casi cósmico, de la abyección nazi contra el pueblo judío: "Grito meleno omnipotente y muerto / muerto de hambre: ¿quién cierra los ojos / ante esta hambre peluda monstruosa?". Un libro sólido, duro, dirigido a las conciencias olvidadizas, que está reclamando una edición exenta.
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